Marzo se presenta más deseante en la liturgia de las vísperas. En la cúspide alta de San Benito, allá en los campos extensos que se enseñan sin cortinaje, también se espera una llegada activa para la nueva mayordomía que celebra con su corte el más noble honor que pueda sentir un cerreño. Y llegó el sábado agraciado de prendas para darle a toda las solanas del Andévalo su aire coloquial que devociona una sensación única en los barrancos que anteceden al lugar de la ermita. Se hizo camino, senda antigua de procesiones eternas, la comitiva en el engarce del caballo, Isabel subida a su nube de alegría esperando todos los momentos como los había soñado, Simón en su entrega nueva multiplicando sus deseos y las jamugueras viviendo la vigilia como un ensayo general hasta la llegada de la sobrenaturalidad esperada en el día del santo.
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Hubo tiempo para soltar el calor en las sombras de Las Medianas a donde emuló el cortejo su respeto a la tradición para, luego de reponer fuerzas no acabadas, seguir los trechos marcados por los sitios de veredas enfiladas de torviscas y jarales, en perfiles de dehesas de las pocas encinas que la pueblan; llegar al pretendido paraíso, tocar los muros pardos y agradecer la acogida, soltar por allí todas las miradas ardientes y esperar hasta que el domingo amolde más la ansiedad.
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Se hizo una cortedad inusual el tiempo calmo entre los toques de la misa, los ritos del halago, la estancia quieta y el tiemblo primigenio del tamboril que llama siempre a la danza del recuerdo. Para la mayordomía, una sucesión de sobresaltos, una conciencia liberada de prejuicios pero cargada de sueños, como una solicitud constante de esperanzas para quienes han conseguido llegar desde la voluntad querida.
Vigilia hecha como víspera a los acontecimientos que traerá el calendario hasta mezclar con artesanía de siglos la espada con la danza, con los danzadores, con la dulcería exquisita, con los poleos que se inventaron en aquel misterio y como el broche estético que pondrá la folía al campo bendito y al santo Abad.

Ramón Llanes.
publicado en huelvahoy.com