RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 28 de febrero de 2016

TRAVESÍA ONUBA


TRAVESÍA DE ONUBA

 

                Navegábamos desde el mar abierto hasta las estribaciones que la tierra ofrece, guiados por la luz blanca de un faro lejano; antes de la última singladura se nos abrió la margen izquierda y la mar nos descubrió el estuario buscado donde desembocaban dos ríos que llenaban de esteros los lados, con islas y recodos de agua. El capitán nos alertó de aquel descubrimiento insólito, nos asomamos desde la proa al entorno húmedo, solo el rumor del poco viento, el bullir de las gaviotas y la ilusión de la llegada nos despertó del inquieto sueño.

                Habíamos arribado a la tierra de tartessos y la pisamos con el máximo respeto, buscando huellas y memorias que de ¡tantas! casi no supimos elegir. El lugar tenía el nombre escrito en el recuerdo, las aguas acariciaban mansas las orillas, las miradas acosaban el paisaje. Alguien gritó ¡Onuba! desde el mástil y todo comenzó a hacerse, hasta que decidimos quedarnos al abrigo de la belleza y de la ría.

Ramón Llanes. (de MEMORIA DEL PRÓDIGO)

ANDALUCÍA


ANDALUCÍA

 

Para los ejercientes andaluces fuera de la comunidad y fuera del aire.

Para los antiguos andaluces que escribieron todos los adjetivos a su tierra.

Para los graciosos andaluces que callan el dolor con una sonrisa.

Para los obreros andaluces que la hacen cada día.

Para los poetas andaluces que la elevan con sus versos.

Para los bohemios andaluces que la viven y la pasean.

Para los amantes andaluces que la convierten en romántica.

Para los débiles andaluces que aún la padecen.

Para los inquilinos andaluces que tanto la aprecian.

Para todos los andaluces que la disfrutan haciendo el amor bajo sus estrellas.

Para quienes se emocionan siempre con Andalucía.

Para ti que la oyes, la vives, le sonríes y la amas.

 

 

Ramón Llanes. 28 Febrero 2016

miércoles, 24 de febrero de 2016

FÁBULA DEL VACÍO. PRESENTACIÓN EN HUELVA


VERSOS DE SUR

 
VERSOS DE SUR


Pongo mi voz en este verso
como grito desmelenado
y placentero.
Sugiero la palabra al puño
y toda la fe
a los desalientos.
Rompo la sombra de la tarde baja
y quiero del sol
más singladura.
Colecciono luz almidonada
y vivo resplandor
ante la duda.
Formo parte del SUR,
soy piedra caliza,
olivar secano,
chopo, río y petenera,
minera sangre llevo.
Soy calor, guitarra y canto
y pongo mi voz
en este verso
y el alma pongo en mi esperanza.



Ramón Llanes. (ÁMBITO SUR)

lunes, 22 de febrero de 2016

FLORES DE CHOCOLATE

Flores de chocolate (cuento)

Siempre sospeché que no me llevarían chocolate al tanatorio. ¡Malditos desagradecidos!. Allí presumían de afecto y calentaban una condolencia al uso de agradar mientras los familiares, –mis familiares–, se lloraban toda mi ausencia, se tragaban los recuerdos, palidecían. ¡Oh, qué escena de flores!, coronas y sándalo anunciaban la resurrección de mi carne, ¡creyeron que había muerto!, cortejaron la sinrazón de una vida tan corta; el poeta había muerto, pero nadie trajo chocolate a su lecho, confirmaron mi sospecha. Por venganza, –mi última venganza–, les negué a todos la palabra. Ellos me animaban, se estremecían, me contaban recuerdos, me abrazaban, yo permanecía quieto, con los ojos cerrados y pensando que necesitaba chocolate.
Al momento de la siesta, eso sí, respetaron mi costumbre, me dejaron solo, las avispas del tanatorio guardaron un silencio de respeto, las flores dejaron de oler y la luz se metió en los rincones de la primavera, de aquel veintinueve de un abril eterno. Me despertó un niño que llamó a la caja confiado que sería la puerta de entrada a la vida; me sonrió, le sonreí, me preguntó si estaba triste, le volví a sonreír y corrió a los brazos de su madre sin dejar de mirarme.
Ellos eran muchos cuando rompieron los llantos otra vez, antes de la hora de una despedida sin retorno. Nadie reparó en mi chocolate, nadie recordó cuánto me gusta y en eso que, antes de subirme a sus hombros, les preparé la mejor treta de mi imaginación. Me acerqué a una de las flores, la más hermosa, la acaricié en tono mío, la saqué del enorme florero, me la llevé a los labios y le puse un beso; ¡sentí el sabor a chocolate que tanto deseaba!. Ellos enmudecieron sin soportar que saliera de la estancia con mi flor, esgrimiendo una sonrisa de travieso y otra sonrisa de libertad.

12.10.06
De SECUENCIAS DEL MÁS ADENTRO

DICEN DE LA PAZ.

 
DICEN DE LA PAZ


A la caída del sol
los oráculos aparecen sin incógnitas
en cualquier vocerío de norte a sur
para maldecir el contenido trémulo de las palabras.
Y dicen de la paz, y la nombran y la maltratan.
De esa paz que siempre es añoranza
cuando más, utopía;
de la paz intrépida en la región alta,
de la paz templada en las bajas tierras,
de la paz nostálgica en los sitios de médanos y algas,
mar en señas de paisaje;
dicen de la paz como si cada voz fuere un logro
y quedare en el casillero personal
a la hora de dignificar el currículo pero la manchan.
Cada uno la refiere en adjetivo distinto,
todos desaciertan, todos la pudren, la contaminan.
¡es tan fácil conversar de la paz que no existe¡.
Y la paz pulula, está viva, se mueve entre nosotros,
mientras que el parecer general la estima remiendo de la vida,
al momento que suene un globo a roto, que cante una lágrima,
un cohete que se enfurezca,
un telediario de imágenes oscuras.
Vienen a decir lo mucho de la paz deseada
o más que deseada, cultivada
en el discurso o dotada de rabia disparada
o con olor a tripa suelta.
El contenido y el resultado no son el medio ni el fin,
son el eco y la resonancia,
la crema que queda de la noticia.
No vale el ¡haya paz¡, sino ¡hagamos la paz¡, ¡inventemos la paz!.
Siempre dicen de la paz improperios
y a quien la miente ni destierran.
Aún nos volvemos a la alcoba
después de los oráculos
dudando de si es paz el brebaje actual
que hacemos para los niños
o se trata
de una burda copia de otra mentira.


Ramón Llanes.
Nerva. 12. febrero 2016.

CARTA ABIERTA A UN SONÁMBULO

 
CARTA ABIERTA A UN SONÁMBULO

Estimado primo Miguel:

Te habías dejado dormir simulando estar despierto, abriendo reiteradamente los ojos a modo de burla contigo mismo y como si creyeras que por estar dormido tu mundo sería más dulce. Al mismo compás del sueño te levantabas inquieto, administrando la luz de tu mirada y abusando de quienes te sabemos sonámbulo y nunca consentimos despertarte porque -dicen- puede poseerte cualquier diablo que impregne en tí un maligno perpetuo que te vuelva loco de remate. Nadie quiere despertarte cuando te paseas desnudo por la casa, por el jardín y cuando vas de la cocina al pozo con mágica facilidad y cuando te cruzas por la escalera con el hueco del zaguán y ni te inmutas de miedo.
El día nueve cumpliste cuarenta y dos años, estás sin descendencia, te haces a la holganza con la misma frialdad que al sueño y nos pides el pan, el vino y la despensa; te enmascaras de pérfido e inútil, te arrastras sin mesura y cuando el mundo se te pone en contra, te duermes, para volver a tu buen estado de realeza. Nunca recuerdas lo sucedido ni admites haberte enterado. El martes, quizá al alba, cuando ibas de mudanza en mudanza como cuidando los rosales, sin hacerlo, la cocina explotó de pronto porque se te olvidó apagar el fuego y tu café ocasionó no pocos destrozos en toda la casa. Tú eras un indolente absurdamente enfrascado en una bola ascética, ajeno a la vida. Te recuerdo que en ocasiones has dejado abierta la bañera hasta correr el agua piso abajo; has encendido todas las luces cuando todos dormían; has puesto la música a todo volumen en cada amanecer que se te antojara; has encendido la chimenea en pleno agosto a la hora de la siesta.
En fin, primo Miguel, que nosotros dejamos de ser problema cuando dormimos y tú eres y serás eternamente un problema, tanto en el despertar como en la dormida; con tal panorama, la familia acordó anoche, despertarte la próxima vez, a cualquier precio. Te escribo esta carta más como una advertencia que como una amenaza aunque tampoco me solivianta en exceso si como tal te lo tomas.
Indolente primo Miguel, no vuelvas a dormirte, ¡maldita sea! y si lo haces, entérate bien, serás ansiosamente despertado a bombo y platillo y luego allá tú con el diablo.
Con todo cariño, tu primo Juan.


Ramón Llanes 19 enero 2013.

jueves, 18 de febrero de 2016

EL POZO DE LA FALSA (relato)

El pozo de la falsa

Carmen recibía compaña y amor en aquella soledad de las minas, soñaba su romance no hallado, carecía de relación sentimental a la manera clásica y se valía de la noche para regar sus emociones con lances furtivos; un hombre le agigantaba su pasión estremecida porque los tiempos no consentían el adulterio cuando el adulterio se convertía en el más necesario de los pecados. Las noches taponaban los ruidos y se hacían silencio los besos y las palabras, únicos cómplices de un delirio humano imperceptible para los demás y gozado por ella con la intensidad de los enamorados.
Carmen tuvo en sus manos un destino impropio y fugaz, le concedieron la otra paz que no deseara, renunció a los medios y a la moralidad ofrecida, a sangre y valor apañó su anonimato con entregas, su timidez con valentía y su fuerza se forjó de una intensidad inigualable para seguir rozando los labios amados en esas oscuridades a donde la luz no alcanzaba.
Pedro se le acercaba a cada atardecer, dejando atrás compromisos de esposo en otro hogar, –y vivían juntos–, con misión de recelo, las horas que los sueños otorgaban tranquilidad a los vecinos, para inventarse justificaciones o perpetuar el amor.
El tiempo se hizo con ellos testigo y compañero. Conspiraba desde el ocaso al amanecer osando otorgarles prudencia y ánimos, que solo el tiempo sabe conceder tales bienes.
Mucho después oyeron el llanto abierto y libre de un niño que nacía envuelto en pañales de asombro. No tuvieron el pulso justo para solicitar del tiempo más complicidad y quedaron rotos de miedo, en un cuartucho de soledad, en una tormenta de culpas que predecían. No cabía otro desenlace que la nada.
Y ya en la noche devolvieron el niño a su sueño de agua dejándole menos libre, hasta que el pozo le tragó el llanto extenuado y el recuerdo quedó en un fugaz pensamiento dolido por Carmen.
No existe la memoria en los vecinos después de la condena para ambos pero se le llama aún el pozo de la falsa sin apenas creerse si todo fuera verdad o leyenda.

Ramón Llanes. (de SECUENCIAS DEL MÁS ADENTRO)
15.12.02

A QUIENES SE FUERON DEL SUR

 
A QUIENES SE FUERON DEL SUR.


El Sur te mandará el abrazo
fuerte del encuentro
y te esperará con el traje
nuevo de domingo.
El Sur quiere empadronar
tu voz en sus quejíos
y recibirte a sombra de la higuera.
El Sur te llama, compañero,
y te invita a compartir
la fiesta secular de cada día.


Ramón Llanes. (de ÁMBITO SUR)

martes, 16 de febrero de 2016

LA LUZ DEL FARERO

 
LA LUZ DEL FARERO.


Capítulo uno.-

Ayer nací. Sin luz, sin gafas, sin soberbia; me someto glotón al arte de vivir sin compromisos con el futuro más allá de los acuñados por las generaciones precedentes. Soy el farero quinto de la estirpe, llegado a la par que mi progenitor, el cuarto, liquidaba el último recibo emitido por la compañía suministradora con la consiguiente reiteración de un corte inmediato del fluído eléctrico. De algo sirvió la dicha del parto, hubo, al menos, para subsanar la economía y que a pesar del ajetreo del nacimiento del primero de los hijos, “farero quinto”, no se olvidaron las normas del quehacer que ordena la convivencia, la sociedad opaca en la que ellos vivían y a la que salté sin predestinación ni convencimiento.
Farero quinto milagreaba apenas aterrizar. Se cubría la expectativa de optimismo que había levantado. Lo supe con el tránsito del tiempo y no pude hacer otra cosa ni intentar otro milagrito para la familia, bien necesitada por cierto; el progenitor dejó los muebles justos: la mar enfrente, el faro, la soledad y mi destino; todo previsto y enlazado como en la más importante corte monárquica de occidente. Ellos se irían al asfalto,hartos de bramidos y silencios, una vez que el heredero se meritara para la misión y así se sucederían unos a otros en la facilidad de donar la luz a la mar para hacerle camino a los navegantes. Nadie me propuso estrategia de voluntades distintas, nadie me contó alternativas; el faro sería mi gloria, mi única gloria.
-Tienes la mar enfrente y tus manos.
-¿ Y la luz?, ¿cómo haré la luz?.
-Te la inventas, como hicimos todos desde tu tatarabuelo. La luz se deja inventar y te harás a su costumbre.
Ayer nací, hoy ya en la bocana de la miseria aprendiendo invenciones y quizás mareas con la caprichosa fe de un faro hecho a la vejez y un hombre sin hacer. El futuro era farero quinto, un héroe absorto al complejo del destino, yo, con escasas señas de identidad; las inmediaciones de la costa, herencia de un sorteo, los hombres anteriores me engendraron para ello.
La inmensa cristalera imponía desde la altura un respeto de susto que, al tacto, sucumbía a mi conocimiento y el mar palidecía en las crestas de la tarde con un olor a tibieza y agua rancia. Allá un tesoro negro, sin describir, una caricia más a los pies del faro, mi mundo de perdones y la paz tropezando conmigo escaleras abajo a cualquier descuido.
Inventé la luz una mañana y el viento me regaló un reproche, entendí el error. La luz de la mañana se inventa sola, el farero ha de inventar la luz del anochecer.
En un mediodía de travesuras de sol, estío pleno, antorchas y cristales blandieron espejos a la pubertad del cansancio del farero y entró una turbulencia de locura en la blanquina cal que adornaba la espesura del cenáculo de la luz, allí resbaló una majestad de insolencias opacas y se volcó un desespero entre las brumas para adormecer el mustio calor de los cirios. Un apagón intuyó el faro en aquella reposición de otro amanecer que se hizo noche hasta en las ropas de los adentros del faro y del farero. El quinto, rey de la soledad, admitió la grandeza del universo y se maniató a su hechizo hasta que las lontananzas le concedieran la verdad de una nueva resurrección de la luz. Allí la luz era el todo.
En los inventos aprendí a conducir los reflejos, dominaba los destellos y partía en haces las sombras. Era un juego saturado de sed
que en la pantalla simulaba una misión imprescindible,agradecida por los barcos que, en la singladura , cantaban salmos de bocinas cuando la senda se iluminaba a su placer. Tres toques estimulaban, uno bronco seguido, aturdía; son las reglas de la mar.


Capítulo dos.-

Han venido niños rabiosos de libertad a desordenar las caracolas y embestir el malecón, de esos que nunca se sientan y escudriñan en los cielos y en los infiernos. Saben poco de la mar y menos del faro pero entienden de entender y las explicaciones bastan en la primera intención. Me oyen como sonámbulos y me comen a miradas sin convencerse de que en realidad yo sea el farero. ¿Un farero así?. Presumen de listos y preguntan en remolinos, sin dejar tiempo a las respuestas.
-¿Cómo se hace la luz?.
-Me enseñaron a inventarla. Aquí, ¿véis?, tengo el cristal, la antorcha y la mar enfrente. Nada más se necesita. Luego a esperar el atardecer.
-¿ Cómo te llamas ?.
- No tengo nombre, soy el farero quinto de mi estirpe.
- ¿Y para llamarte?.
- Nadie me llama, no necesito nombre. Farero quinto, solo eso.
Mil interrogaciones más dejaron la mañana en el umbral del sopor del meridiano y los niños robaron piedrecillas y cangrejos a las tupidas olas mientras el hombre que les trajo se cayó en el porche, entre las macetas de alpilistras , a escuchar los sonidos tenues de aquel mar solitario sin romper siquiera el silencio para determinarse a preguntar las razones de mi supervivencia en el faro, sin cuidos, sin necesidades, sin nombre y sin luz propia. Le faltó valentía y tiempo y le sobró pudor. Se hizo a la conversación con un: “ maravilloso lugar”, y perdió la vista en el infinito.
- Me hice a él por obligación. Nací siendo farero y al faro entiendo mejor que a los hombres. El me ha enseñado el espacio, las distancias, el consuelo; él me presta la luz que yo le invento y yo le presto las manos; dos incondicionales necesariamente intercomunicados, gozosamente condenados a entendernos. Los dos nos damos la gloria.
- ¿ Y la soledad?.
- No se está solo cuando el alma tiene compaña.

Alguno quiso quedarse a especular con la singularidad del paisaje sin que contara con la aquiescencia del profesor; marchó en el mismo tropel que los otros, consiguiendo un saber más trémulo de la historia del farero.
- Adiós farero sin nombre.
Me gustó el pulso que tomé a la vida de afuera a través de los niños. ¿Quiénes vendrán mañana u otro día?. Lo mío es la luz, ¡ qué más da niños y preguntas!.
Las últimas gaviotas me devolvieron la realidad de un ocaso limpio, sembrado de solemnidad y con olor a brea quieta. Até la somnolencia a mis pies, palpité con todos los sentidos y ofrecí al silencio un grito de amigo: “Te quiero”.
Anudados los giros recomencé los vuelos por la mar, haciendo fantasías con la luciérnaga mágica que se sucedían en el dáctil complejo de mi impotencia y “visioné” los paraísos en una memoria luctuosa y erótica, dejándome llevar por la emoción de las fragancias de la noche y por la ruptura de mis esquemas. Ya amanecerá mañana y la marea me traerá la vanidad de los recuerdos y me harán otra vez el farero quinto de mi estirpe sin protusiones ni condicionantes, todo para ser libre, sin quererlo.


Capítulo tres.-

Siento a la paz cansada y abúlica, había escrito cuatro frases con la idea de pronunciarlas constantemente a la hora del grito, de mi grito al silencio, y se me fueron pécoras al marinero de la orilla, que se distraía en las medusas, con un “buenos días” lacónico y triste, como sin obligación de repercutirme las sensaciones de mi lejanía, que tan cerca le quedan. Y de esa paz remolona me trago el primer bostezo, la atraganto y la movilizo. Yo mando en mi paz y la domino.
El segundo barco manda saludos y deseos de bienestar, ha tocado tres sirenas y dos más entrecortadas, síntomas de agrados. Si me conocieran los navegantes, si yo pudiera traerlos a mi fogón del faro, si ellos gustaran de compartir conmigo una jornada o yo con ellos un singladura…¡ el farero quinto!. Aleluyas trenzan para mí la tarde y la solana.
Hoy palpito en vena, algo nuevo presiento por tanta amabilidad, de los marinos, de la tarde…será el aguacero que se avecina, tal vez la esperanza de la calma o la carencia de los miedos. En este lugar existen los momentos justos, las causas justas, las palabras contadas, los desafíos justos, como para continuar triturando la existencia sin prisas; el tren pasa sin estación, me deja el ruido; los barcos hacen su trasiego al día y firman con el ruido, y se van; el viento se enfrasca más en este reino mío pero al fin suelta amarras y se pierde. Sólo yo permanezco para acreditar la constancia y el amor al destino. Y el faro, que deja boquiabiertos a todos estos desertores.
El pescador ha olvidado la orilla y limpiado de medusas la alfombra de arena que conduce al patio del faro. Otra vez excelso en la tenencia del YO imperturbable, otra vez, como tantas, ditero de mí mismo para cobrarme las deudas del día, informador de mí mismo para contarme los desastres que genera la vida afuera, impulsador de mí mismo para seguir constituyéndome cada vez mejor en el hombre que esperan de mí, en el insigne farero quinto de mi estirpe.
Muchas veces me sacude la onda de la utopía, son mis cánones. Por referencia sanguínea se remonta al segundo farero de la estirpe, esa manera de ser, de prestarle minuciosa atención a las interioridades.
Como vino, se fue el aguacero, dejando lodo sin hacer, mar lelo y faro burlón; atardece sin ganas en las dunas del pinar y el remero me recuerda que alguien más que yo vive en este planeta.


Capítulo cuatro.-

Es domingo, lo sé por la tardanza de los barcos. La luna me deshizo el sueño por la mitad, he tenido presagios de amor. El eco bajó a la cama a musitarme romanzas a desquiciarme en mi voluntad de anacoreta como si creyera que mi robustez y mi fuerza estuvieran en el celibato que practico. Me enamoro a diario de todas las mujeres que invito a mis pensamientos y con ellas, una a una, desmenuzo mi ternura sin estrenar, regalo caricias nuevas, entretengo el beso en los susurros del espacio y voy al éxtasis en un credo limpio lamiendo en la memoria las partes dulces de mi adorada. Me pedí la soledad en la encarnación, o antes, pero sin cuotas de renuncia al puro sentido de la vida. Soy hombre, amigo, en la enfermedad, en el sudor y en todas las plenitudes que se me concedieron.
En el domingo tuesto mi pan y araño tiempo al sopor, me integro al paisaje de la bahía y rompo la costumbre de mi comodidad, bajando a la playa. La apariencia de frescor concede ánimos a los paseantes, me he rozado con ellos.
- Mira, debe ser un mendigo.
- Es el farero.
No razonan ni una ni otra profesión y no parezco ni farero ni mendigo pero les dejo en esa incógnita hasta la vuelta.
- Soy un fraile perdido.
Me alejo con media sonrisa mientras se evaden de mí y tiran conchas al agua, arengándose unos a otros y divirtiéndose en un paseo mañanero por las barandas de la cerca del faro. Me valgo del aire para descubrir la felicidad y aquí la noto, son sobradamente jóvenes y capaces de tenerla. No les envidio, les felicito.
Y así, el resto de las jaculatorias del día domingo, con más presencia, con más condición de convivencia. A veces se me acercan, piden de beber o preguntan sobre la altura del faro, les enaltezco la libertad y la diversión por ser farero, hasta un céntuplo de la realidad, me divierte magnificar lo que otros alteran con la falta de importancia. A cualquiera no enseño toda mi vanidad de ámbito, en ocasiones volteo la conversación para acabar distrayendo con la agonía de tanto reposo o un comentario trivial sobre la cenefa azul de la cúpula del faro. Obtengo los resultados apetecidos con los menos adictos y me cuesta sudor con los eruditos. Estos toman notas en libretillas pequeñas con un lápiz de punta aguda y más que preguntar , responden .
Me arropa, sin embargo, la diversidad de convivencias venidas de geografías distintas que conmueven o simplemente interesan pero que se me alían para desasirme de las garras del tedio, cuando se asoma. El perito quiso adivinar el año de construcción del faro y se fue con una diarrea mental.
- Calculo, por la utilización del material, que su construcción se remonta hacia la segunda mitad del siglo pasado; entre los años noventa y cinco y noventa y ocho.
- Suba los primeros cuatro peldaños de la escalera y encontrará un rótulo con el dato que me pide.
Lo haría con la rapidez de una bala y bajó sorprendido de su desacierto.
- ¡ Mil ochocientos cuatro!, ¡ qué barbaridad!.
Se olvidó de llevar el detalle al cuaderno y rehuyó plantear la siguiente adivinanza.


Capítulo cinco.-

La tarde me vino cariñosa y romántica con una sugerente invitación a la música. Los facilones acordes del tono de “la menor”, me embargaron en la nostalgia, perdiendo noción de estado y estancia. Siempre, la guitarra, me traslada. Oí comentar a mi padre que a vivir se aprende soñando y más o menos es lo que hago cuando acudo al sonido, en esa noble madera envejecida heredada de un tío cantor, que introduce en las entrañas disposiciones tan pasionales.
Me faltó tarde para las evocaciones. Cuando simuló la despedida aún andaba en arpegios y sostenidos, comunicándome mis propias odas de cenobita.
Otra vez los silbidos de la suave ventisca melodiaban tramos de música en las hojas del enebro del jardín y en las lejanías asustaban antes de perderse por los alpendes del pinar, como queriendo hacerse más interesante. Era todo el murmullo de un final de etapa más burlón que arisco.
En la noche no me cabían los recuerdos. La consigna del progenitor en la entrega de las llaves del faro, la distancia en los destinos de la familia, mi crecimiento y mi apego a los turbios futuros de mi vida discapacitada y aterida, mi fábula libre de nacer con cada rayo, mi traviesa entelequia por la perfección, mi yo, mis manías, mi todo, mi nada, mi nada, mi superación, mi prolongación como hombre, mi entrega, mis entregas, mis amores guardados…todo, todo, misión ecléctica de un soñador dependiente de un faro dador de luz e incompleto para dársela a sí mismo. Divagaciones que parecían de un extraño a las puertas del limbo pidiendo un perdón imposible o una reencarnación inadecuada.
Ni los trémulos fríos ni la bocana oscura me solventaron la papeleta de la huida del aquel rincón cálido del alma. Era yo, sin duda. Era mi carne con eccemas de nostalgias, torpe por la soledad y baja de defensas, era también y , sobre todo, mi ser repartiendo inseguridades y venganzas a su propio futuro , renegando inconsciente de un pasado vulgar, oteando descuentos de placeres. No era yo, no me conocía. “ Como el toro me crezco en el castigo”, se me había olvidado. El lema, corría fraguas de desventura. Era el momento del impulso, no importa la noche, menos los endrinos rotos a la vera del faro, menos aún los fuegos por encender para los perdidos de la mar; allí primaba el ser supremo, el hombre, yo, mi yo.
Larga madrugada de sobresaltos hasta el alba. Los desalientos no duran una eternidad y la muerte también se descuida. Fue la primera brisa y nada más, nada más, digo, para la resurrección, y luego el encuentro con lo cotidiano, la felicidad al alcance de las manos, nada más. Resurrección del hombre por el propio hombre.



Capítulo seis.-

Tres años atrás tuve el último contacto, por agosto, con la única parte de la familia que sabe del farero quinto su enfática existencia, los demás, ni a soñar que me ponga. El padre, la madre, un hermano tímido y para de contar. Vinieron al faro. Aquel día yo estaba fuerte y con la soledad a hurtadillas.
- Deberías cuidarte, hijo, te encuentro más delgado.
- Hola mamá, estoy bien así, no quiero más peso.
- Cómo se cayó la pérgola del retén de arriba ?, ¿ hizo mucho viento por aquí?. Es necesario arreglarla y ponerle mayor sujeción.
- No fue el viento, padre, cayó un día de templanza por pura casualidad, quizá cansada de aguantar. Tengo prevista su reparación para la semana próxima.

Observaron las dependencias de la casa con desinterés poniendo pegas a todo y procurando evitar que yo intuyera el verdadero motivo de la inesperada visita. Padre siempre utilizó un vocabulario exiguo, corto y entendible a la primera, exento de relevancia aunque con notas de hipérbole cuando a él concernía el deber de autovalorarse y no podía ser de otra manera hoy, mañana de agosto, verano puro y en visita oficial por un tema trascendental para el núcleo familiar que se supone que formábamos. Ellos allá, yo aquí con mi tarea. Hermano, introvertido y serio, se perdió por no gastar atenciones y prefirió representar un papel secundario, de acompañante, en este acto. Así las cosas, alguien tendría la obligación de romper el tensor y entrar en escena con energía y elegancia. Lo hice, no por la curiosidad del asunto, sino por darle vida al coloquio con mis padres, después de tanto tiempo sin tenerlos.
- Soy feliz aquí, me fabrico mis glorias e intento aprender de los pocos fracasos. Esto no es el paraiso pero tampoco vosotros lo tenéis.Estad tranquilos con respecto a mí.
- Necesitas una compañía habitual, una mujer, ya tienes edad para ello.
Ese era el tema a debatir, una mujer.Tal vez con veintisiete años los hombres piensen desesperadamente en las mujeres y yo no era la excepción. En verdad que necesito una mujer pero no con la intención que plantean mis padres, como nodriza o como bastón, yo necesito una mujer para amarla, para ofrecerle mi mundo enhiesto y sobrado de riqueza, para sentirme fogosamente amado. Pero habría de ser allí, junto al faro. El farero quinto de la estirpe tendría que crear el farero sexto y continuar la tradición. ¡ Una mujer!, ¡claro que sí!, pero no elegida por ellos, pero no impuesta.

EL TREN DE LAS CEREZAS (cuento)

 
EL TREN DE LAS CEREZAS.



La niña resolvía la tarde cortando mariquitinas en la mesa ovalada del salón a la luz de una lámpara fluorescente, intensa y cenital que a poco conseguía entortar las líneas trazadas. De ese turbio aburrimiento que la invernada deja en los cristales y en los ánimos, de esa apariencia de existir que los niños inventan para entretener al tiempo; en la dulce comodidad estaba, rendida al entusiasmo de fabricar sus muñecas, cuando el padre anuncia,! nos vamos¡; la niña levanta los ojos brillantes como estrellas y, olvidando la tarea, se pierde en la sorpresa para arreglar lo mucho de ilusión que se precisa para un viaje a cualquier parte.
En los preparativos incluyó la niña todas las emociones de la aventura. Le esperaba el glorioso tren de las cerezas en el andén de una esperanza. Sería vivir, saber descifrar los horizontes y la distancia, un pueblo, otro pueblo, el río, la agitación del tren, un entorno nuevo y, sobre todo, la otra cara de la vida.
Antes de la hora de salida se llenaron de gentes los vagones, soldados, mujeres con grandes maletas, un grupo de niños vestidos de uniforme como si fueran de acampada, un cura solitario, un señor con sombrero; la niña observaba los detalles de aquella heterogénea concurrencia y esperaba en la ventanilla de su departamento que la campana diera el toque de partida.
Echó a andar, paisaje adentro, el tren de las cerezas adelantando los árboles y tragándose la vía, al canto escolar de los niños y al primer sobresalto de aquella niña que dejó un momento su sonrisa al atravesar un túnel.
Refiere la leyenda del tren, publicada en el cuadernillo de ruta, que nunca tiene destino cierto, que se le conoce como el tren de las cerezas porque sale puntual cada diez de abril del Valle del Jerte en la provincia de Cáceres y que recorre hasta el diez de agosto cada una de las estaciones de todos los pueblos y ciudades de la península. Refiere también que los pasajeros reciben un ramillete de cerezas al final de su destino y suele referir en letra muy pequeña que el tren sólo anda empujado por las sensaciones que, a medida de su marcha, vayan experimentando sus viajeros; eso dice, en letra muy pequeña, la leyenda del tren de las cerezas.



R.Llanes. 24-10-06

A MARIO Y CLAUDIA

 


El amor había hecho otra vez diabluras en el espacio por los embrujos de Granada. Se buscan los ojos hasta destinarlos en un beso ceñido, Mario y Encarnación, en el leguaje de una distancia sorprendente han decidido viajar juntos por la vida, amparados, por si acaso, en los pilares de la raíz amada: Puebla de Guzmán para él, Almocita para ella.
Al mismo tiempo en los contornos de sol abierto, luz de saeta y abrigo del río, Antonio y María se interponen en una canción sin fin que dignifican como ceremonia de amor. Son, aquí, Cantillana y Huelva pechos amamantadores y testigos agradecidos de las promesas.
En aquel abril riguroso, torero y señorial trajo un niño su primor llanto de feria, querido juego de faroles y remolinos para ser llamado Mario Ramón Gómez Rivas, a quien ellos, los creadores, besan con la señal de la mejor bienvenida.
Requiebros de bonanza asoman por Sevilla también en la placidez de marzo para recibir a Claudia Ortiz Salido por quien tocan a gloria las campanas de San Benito.
De la felicidad, a veces íntegra, a veces azotada, aprenden los niños las conductas sabias de los padres. Y han de ser flores de campanilla con ribetes de gabacha y bulerías, las premisas que el río ponga en las manos de cada uno. A Claudia por aquí, por los azahares; a Mario por allá, por las tomilleras de El Andévalo. Se encuentran para entretenerse en el amor que se premian en este doce de octubre de 1996, con la humildad pasional que a ambos identifica.
Para que sean tiernamente felices Claudia y Mario, pequeños dioses de la bondad.

En su boda 12-10-1996.
Ramón Llanes.

EL CICLISTA AMANTE

 
EL CICLISTA AMANTE



Les resultó imposible buscar horario para verse. Era verano. Las mujeres gustan del ajetreo de la calle, de la música del sopor, se encierran bajo la abrazadera de las sombras mientras andan y andan sin excusas ni convencimiento, solo para desentumecer el ideario de vida. En la terraza soñaba una bicicleta paseos de estío por el asfalto ardiente; de aquel hombre, su dueño, solicitaba planear la ciudad, desengrasar piñones y aprender albedríos. La miró y comprendió su perfecta coartada.
Al puro estilo de un ciclista profesional se enfundó el traje verde pistacho tan ajustado al cuerpo como la piel, los guantes, las gafas, el casco, el agua fría para mejorar el disimulo, la hora impropia. En tal guisa desapareció de casa oyendo de fondo los consejos inútiles de la esposa que le aguardaría en el salón, dormida con la novela de turno, hasta que los músculos deseantes trajeran la dureza sana que requieren estos estímulos. El ciclista dejó los frenos libres y, a más velocidad que otras veces, voló al nido del quinto piso donde la novia amante esperaba sus caricias del tiempo.
Corto trayecto para tanto protocolo, pensó al pulsar el número que le llevaría al descansillo de sus amores. Antes de tocar el timbre la puerta se abrió sin el más mínimo crujido de imprudencia. El ciclista presentó su credencial de ruta, la mujer le miró entre carcajadas de sorpresa y le recibió con un amoroso, “pasa Induráin”.



R.Llanes. 14-10-06.

SONETO A LA BODEGA EL TOREO

 
A LA BODEGA “EL TOREO”


Dedicado a Emilio y Paqui
con un brindis de placer,
de vuestros amigos
José Manuel y Antonia.


Aquí se adora al toro y al torero
y la amistad es madre de este templo,
aquí está la suerte y duerme el tiempo
entre muletas, lidias y chiqueros.

La convivencia endulza el burladero,
el quiebro, con un vino, es el encuentro
y Lentisco es la paz y es el diestro
acogedor eterno y posadero.

Comienza la corrida, y en un desplante
Curro con el capote ha conseguido
un quite al morlaco, !emocionante!.

La vida en el “Toreo” es un tendido
de honores que se adorna con Morante,
donde todo respeto es bienvenido.




Hecho por Ramón Llanes en Huelva y en mayo de 2013

SONETO CÁLIDO PARA UNA OCASIÓN

SONETO CÁLIDO PARA UNA OCASIÓN

Con el recuerdo al hombro me andaría
los esteros sobrados de pureza,
las raíces profundas, la maleza,
la sombra del pinar, la serranía,


la lontananza de la luz vacía
que ilumina de brisa la tristeza,
las pasiones y la delicadeza
donde caben mejor las fantasías.


Con el recuerdo al hombro buscaría
lugares ya sabidos de mi andén
para dorarme el alba en mediodía


y apenas con un libro y una mujer,
una guitarra y viejas melodías,
cruzar la vida y desaparecer.



Rllanes