RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

martes, 19 de noviembre de 2024

EL PUENTE DE LA LECHERA

 EL PUENTE DE LA LECHERA

Existe aun en la memoria de mi pueblo una historia parecida a la del cuento famoso de la lechera, y en un lugar muy campestre, en dirección a muchos lugares pero principalmente -quiero recordar- a la ermita de San Benito, hay un puente minúsculo, casi sin importancia, que apenas se nota en aquella llanura, por donde casi ni asoma el agua, un puente por el cual pasaba a diario una lechera que traía sus productos a los habitantes de la mina; por allí esperaba a la vuelta un pastor enamorado que acercaba sus ovejas a la hora prevista para ser atendido por tan preciosa muchacha, hasta que la vida hizo su resto y consolidó en aquel puente el amor de dos seres que mostraron sus modos para amarse.
Allí permanece, a pesar de las inclemencias, como testigo fiel de una aventura o como simple leyenda del tiempo, porque acaso nunca -hasta ahora- haya merecido atención escrita este puente de la lechera tan poco atractivo, tan humilde y de tan escaso tránsito pero que en sus adentros guarda los recuerdos de cosas tan sutiles que ocurrieron en la insignificancia de su vieja estructura de piedra y que hoy son arrancados de aquella verdad para reflejarlos a modo poético en esta página de pura melancolía.
Ramón Llanes. Tharsis 20.11.2024.

HA BAJADO EL SOL

 
ha bajado el sol
 
He perdido la crecida del agua
en los inviernos,
ha bajado el sol más de la cuenta
y estoy aquí, atravesado por la vida,
solitario y endémico,
intentando renacer desde la última ceniza
de un fuego que no arde.
No consigo desposeerme del mito que has creado,
no existes en mi alcance de mortalidad.
Me iré con la insolencia de haberte amado como hombre
y lo escribiré en la hoja parda
de un otoño sin historia.


Rllanes. (De Fábula del Vacío)

 

lunes, 18 de noviembre de 2024

EL PASO DE LAS LUCES

 EL PASO DE LAS LUCES.

Estaba a punto de ser lunes
en aquel domingo por la tarde
que fuera después de un sábado tardío,
ya sabes, la línea opaca del horizonte sin mimbres
que llenaba de piedras
el paso de las luces que se iban.
Era como estar cercando la sabiduría del placer
y llegaron los focos enfilando los labios,
el esplendor de un tiempo de ardores,
llenando los cristales de claridad indeseada.
Dije que nos iluminaba la noche,
dijiste que si la luz se volvía,
que la luz se torcía,
que la luz se tornaba
y oíste que empezaba otra vez la sombra
para gemirle a la noche.
Ramón Llanes

A LA MEMORIA DE LARRA

 

A la memoria desgraciada del joven literato

A Mariano José de Larra.

 

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

 

Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!

 

Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano:
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de yerba y de frescura
hijos son del arroyo creador.

 

Que el poeta, en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.

 

Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
¡memoria del poeta que perdí!

 

Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!

 

Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.

 

José Zorrilla.

domingo, 17 de noviembre de 2024

TOLONDRÓN

 

TOLONDRÓN

 

Un tolondrón es un tonto elevado al cubo con una especie de pedigrí que le concede un plus de enajenación mental superior al resto, un “acarojotado” -sin apariencia externa alguna que lo distinga- que sienta cátedra cada vez que expresa una vulgar expresión como si fuera el dogma más importante de la humanidad; un aturdido que no sabe si despertar y dormirse es lo mismo y que se aferra al tópico de que “quien dice lo que piensa está en lo cierto”; un alocado admitido por los sistemas a pesar de conocerse sus constantes desvaríos en opiniones de suma notoriedad y actos que llevan a dañar la configuración social a la que le permiten pertenecer; un auténtico tolondrón lo encontramos a menudo en los telediarios y en la prensa porque ocupan cargos y gustan del famoseo y porque esos suelen ser sus medios más adecuados para su reproducción y desarrollo y allí se evitan estar en peligro de extinción. Para mayor fatalidad del mundo que lo sufre el tolondrón sabe cómo contar sus caudales pero desconoce cómo aplicar la ética.

Y no se perciben signos de caducidad.

 

                Ramón Llanes.

LA GUITARRA

 LA GUITARRA

 

 

            Dos veranos atrás promocioné clases de guitarra para niños en las tardes plácidas del estío, llegando a ocuparse del aprendizaje Roberto, Mario, María y Dani, quienes empezaron con tantas ganas como si tuvieran que aprenderlo todo en un solo recreo. Las clases siempre estaban programadas antes del baño en la piscina y eso les concedía un plus seductor para los niños, que a su hora, comparecían a fin de cumplir las dos misiones. El progreso no era poco. María y Roberto se consolidaron como los más interesados en las notas, Mario duró lo que dura un verano y Dani tardó tres días en aburrirse. Ese fue el panorama en el primer curso. Al verano siguiente solo María quedó en la clase y aprendió lo suyo, los otros pasaban, iban, venían pero jamás ocuparon el banco de aprender.

            Ayer me llega un video donde Dani toca acompasadamente la guitarra, dejando caer aquella coletilla de “abuelo va a flipar cuando me vea”, y así es como he llegado a este momento donde escribo esta historia menuda para mis enumerados recuerdos.

 

 

            Ramón Llanes

EL PECADO

 EL  PECADO.

 

 

         Don Juan José se desvistió precipitadamente de la casulla roja y sin realizar la genuflexión ante el altar, como era costumbre en los ritos eclesiásticos, corrió hacia la puerta de entrada de la nueva iglesia, aún con feligreses en  su interior, perdiéndose en el llano tosco que rodeaba el recinto sagrado donde Mariano intentaba perderse del acecho intuitivo del cura, sin poder huir más de lo previsto en un niño de ocho años. Don Juan José tenía unas enormes piernas largas, un cuerpo atlético y, sobre todo, una desorientada pulcritud que le dio alas en aquella aventura de cazar al niño una vez terminada la misa de la tarde.

         Y Mariano cayó en las manos blancas del párroco, llevado al confesionario por obligación, ante la sorpresa  de las beatas y confesado y perdonado de todos los pecados que le cabían en su conducta. Tres padrenuestro, el avemaría de rigor, el arrodillado ante la imagen de la virgen de Fátima y dos lágrimas y media para despistar fueron la condena católica al pobre niño Mariano, famélico y travieso más por devoción que por edad.

         En la misa de tarde los monaguillos no cortaban la armonía de sus juegos por la preparación de los corporales o las vinajeras  y seguían ritmo de travesuras, mientras Don Juan José rezaba en su breviario negro escrupulosamente manoseado y no reparaba en los entresijos de la sacristía; cuando este llegaba para iniciar  la vestimenta los monaguillos escondían la risa y el murmullo presentando la cortesía propia del momento, dado el carácter irascible del cura en las cuestiones del orden y la disciplina en torno al altar. El templo era lugar de reverencia y adoración a Dios, lugar sagrado, lugar de silencio, -solía decir-.

         Las tardes de mayo, largas y sabrosas en correrías para los niños, permitían algún desliz de escondite antes de cenar, después de la misa. Para ellos todo era rapidez y desasosiego, querían salir a la tarde a enfrascarse en ella y acabarla, les importaban poco la ración mística, los latines y los sermones, estaban allí por prescripción paterna y había que cumplir el expediente de la forma menos llamativa, que don Juan José era generoso pero tendente al enfado con mucha facilidad.

         Finalizada la misa de aquella tarde de mayo los monaguillos advirtieron al cura que Mariano comulgó sin confesar. Pensó Mariano que el pecado era también una continuación de los juegos de la tarde.

 

 

 

                                             Ramón Llanes