LA SOLUCIÓN DE LO ABSURDO
El Pleno aprobó el último Presupuesto del verano, justo tres días después de la desaparición del caniche del alcalde y la discusión no tuvo síntomas de bullas, ni insultos, ni semi-agresiones, como venía siendo habitual entre los del grupo mixto, que reivindicaban aumento de sueldo para las limpiadoras, y los sucedáneos que hablaban de restricciones y alcantarillas. Cogió a contrapelo el ánimo del alcalde y no se supo sujetar su lagrimita por lo del can blanco perdido. Y los humos se disiparon sin aparecer, con una mentalidad de sosiego impropia de concejales tan valerosos y antidemócratas, pero aquel día sonó la risa en la sala capitular, más por la exigua importancia de los temas tratados que por el sofoco del primer edil.
De palmada en palmada dejaron limpia de polilla, es un decir, la silla estilo luisquince ocupada momentos antes y el silencio se apoderó de la estancia solemne. Era miércoles y el sol tenía ropaje de furia. El último ujier recogió las botellas vacías de agua y con la misma sorpresa que un amante descubierto, se resignó a la triste evidencia de un Pleno distendido y soso. Él perseguía la comidilla para luego tener algo que contar en casa y, por supuesto, en la taberna del barrio. Calificó la escena con malhumor, frunciendo un ceño desgastado, cerró la puerta sin cuidado y se irguió en reverencia saludando el busto de un alcalde del 36 que presidía la antesala del gran salón.
La prensa sensacionalista, la deportiva, la hoja parroquial, que salió ese día, el programa de actos de la fiesta del verano y todas las demás, o sea el único periódico local, se hicieron eco de tan irreparable pérdida y ofrecieron buena gratificación al ciudadano que tuviera la suerte de encontrar al caniche, que respondía al nombre de un licor de menta; una especie de consultorio público y llamamiento de fagina para devolverle el preciado animal a tan apreciado alcalde.
Justo cuatro horas antes del inicio del madrugador Pleno, a las 12, comparecía un municipal de corte inglés, rojizo, bonachón y con cara de jubilado en la puerta de caoba del despacho principal portando entre sollozos al perrillo travieso que se encontró en una correría de plazoleta porque tal vez llevara años sin conocer las excelencias de la convivencia canina aunque le sobraran los mimos institucionales. Apareció y allí se formó un guirigay de impaciencia y salmos de aleluyas acorde con la importancia del hallazgo.
El Pleno transcurrió por los cauces normales, sucediéndose una pelea tras otra, insultos de los de antes, conflictos incluso entre miembros del mismo partido, desavenencias, golpes en la mesa y vocerío, conformando, como debe ser el morbo inquieto y socarrón del pobre ujier. Ese día se frotó los ojos como siempre y se juró llegar a la taberna cuanto antes.
Ramón Llanes.