TRAJE DE LUNA
Yo le he puesto
para ti
color a la espuma
nueva,
sombrero a la barca vieja,
un crepúsculo sin
fin
y una canción a mi
playa
con mi guitarra de
arena
para que nunca te
vayas.
TRAJE DE LUNA
Yo le he puesto
para ti
color a la espuma
nueva,
sombrero a la barca vieja,
un crepúsculo sin
fin
y una canción a mi
playa
con mi guitarra de
arena
para que nunca te
vayas.
Me
cuenta el recuerdo
que llovía anoche mientras nos
olvidábamos,
que llovía sin dañar la silueta
del estío, aún presente; llovía
por obligación.
La tormenta en su crecida
me rompió el sueño
y de rayos, de tantos rayos,
los árboles
parecían sombras blancas,
las nubes jabón de aceite
y las hormigas plaga de
citrato.
En do mayor sonaba el recuerdo
alejándose sin preguntar
el dolor dejado,
los cristales rotos, la espera
sin luz
y el contorno del labio seco,
sonaba el recuerdo
como suenan las cosas
a la costumbre del retal de un beso
perdido en el insomnio
de la primera noche de otoño,
cuando me contó el recuerdo
que te abrazaba.
Ramón Llanes.
PUEDO EXPLICARLO
Una vez
hecho al oficio de vivir se obtienen recursos para saber explicar las cosas que
se llaman emociones, sobresaltos, ternuras, etc, que ya el propio ajetreo
prepara para ello y cualquiera tiene capacidad como para transmitir con pasión
un jueves de lucimiento con la comitiva figurando en las calles a modo de
exégesis de lo soñado durante tanto tiempo o durante una vida; también para
expresar con cuatro palabras qué valor ingresa en el espíritu al probar el
primer caldo en el patio servido por la cara singular de la mayordoma; se llega
bien a la edad con los esquejes del sentimiento pendientes al mordisco de la
emoción al entender la folía y adorar el fandango como si de efigies íntimas se
trataran; se domina el lenguaje que el cerreño usa para entregar un abrazo o
compartir unas risas en los aledaños de una ermita cuajada de siglos con olor a
turrón y a pestiños.
Me atrevo a
explicar cómo me gusta la albricia que reparte armonía y se va haciendo a cada
paso del cortejo donde las liturgias se convierten en seres humanos sin
límites, a detenerme en el entramado que monta el sol para no perderse ni un
ápice de lo antiguo; sé que me gustan los trajes de jamugueras y las esperanzas
que se curten en los más humildes adentros; sé de la salida, de la llegada, del
potro nuevo, del adiós, de la aldea siempre atenta, de los “lanzaores”;
disfruto con efusión de la estética y me acostumbro de contarlo en las más de
mil tardes que el tiempo me presta para el halago.
Y puedo
explicar que sé de tu laboriosidad, de tu virtuosismo en el rezo y de tu
cumplida misión de no dejar un hilo suelto cuando te sometes a la complicidad
con el Santo y con todas sus efemérides de honor que para ti son el premio
buscado. Nos hemos llegado a saber por la libertad que promocionamos para
continuar queriéndonos, amigo cerreño. No es preciso darle más vueltas.
Ramón Llanes.
EL NIÑO Y EL MAR
Recuerdo un paso de trenes, la barrera bajada y mi abuelo durmiendo con
la debilidad de sus años en el asiento trasero del coche rojo que nos conducía
al infinito mar tan esperado. Yo llevaba los ojos más abiertos que el día, eran
casi las doce de un trozo de verano, el curso me trajo notas que empujaron a
mis padres a colorearme el mar en los sentidos, promesa a cumplir un sábado de
julio recién marcados doce años en mi agenda, doce años en espera de un sueño.
Subió por magia la barrera, corrí los deseos hacia la última duna que
aún me impedía divisar el horizonte azul tan largo y tan descrito por mi abuelo
tantas veces en tantas noches de invierno. Los ronquidos no desviaban mi
atención del paisaje de pinos que comenzaba a trepar por los costados de la
carretera y la metían en una boca verde inmensa y calmada como cuidando la
tierra de la calentura del sol creándole un nudo de sombras calladas y
expectantes. A este lado la tierra al otro lado el mar, quedaban rectas y
curvas detrás de los esteros a poco más de unos minutos que se me hacían
tristes y dolorosos. Llevaba sangre infantil de doce años, la ilusión de un
preso el día de su salida de la cárcel, el cosquilleo indomable en las manos y
una prisa incapaz de disimular. Ellos hablaban, yo arañaba el espacio, quería
adelantarme al aire con mi ingenuidad de niño, me pensé perseguidor de los
pájaros, solo llegar colmaba aquel momento de mi vida.
El coloso pinar no se acababa, seguía sin saber imaginarme una llanura
de agua, ¡qué extraña sería una llanura de agua, sin árboles, sin montañas!, el
vaivén del tiempo, de mi tiempo atareado me traía más ansiedad, me ahogaba la
incalculada lejanía, huí del miedo al fracaso convencido de mi sorpresa cuando
mis ojos tocaran por primera vez el mar.
Apareció la última duna, me levanté del asiento en señal de un triunfo
impensable, desperté a mi abuelo y le abracé gritando mil palabras, una tras
otra, sin necesitar respuesta.
Recuerdo que enmudecí cuando el mar y yo nos miramos. ¡El mar!, ¡mi
soñado mar!.
Nadie había sido capaz de describirme en doce años aquel misterio
interminable; ¡es más grande, más azul, más poderoso!; nadie mejor que mis
ojos.
Ramón Llanes.
DIOSES DE MI
TIERRA.
(Dedicado a
las minas de Tharsis en Huelva)
He burlado la anatomía del universo
proyectando sobre el buche mismo de mi tierra macerada y colorista la pasión de
los dioses que, al igual que yo, te veneran con fiesta y policromía de retablo.
He bajado a la media profundidad de ti, diosa, a lamer entrañas y neumotórax, a
caminar por la vía de la sangre, a traerme la parte sensual que tienes en la
herida. Y hemos estado juntos en ese anfiteatro natural que tus piedras te han
formado para adornar el paisaje, para los dioses que establecen contigo la
cultura de la belleza. En la planta, casi vísceras, de un reguero de azufre,
cruzamos la mirada, nos detuvimos a comprobar que era allí a donde me invitabas
y, sin palabra, nos rendimos.
Me esperabas, me esperas siempre, allá
en tu hígado rojo con presencia de siglos. Soy el hombre de pirita con “gosán”
o plata que te revela los secretos que no sabes de la vida, tu alma es una
alacena de almíbares, de arcillas y de colmos, y te traigo los mensajes que
recluto y selecciono para esparcirlos en tu alfombra. Vine, hoy, para
presentarte el hombre “yo” que conocías y mis meditaciones sobre ti, tierra
mujer, que en dos amores y uno me acrecienta el pecho. Te pisé con el respeto
que te debo como diosa, miré tus carnes al sol, tus reservas de sangre para
cuando necesitaras que la donaras, te hice en la mañana las caricias en fotos.
He captado los rasgos de todas tus
sonrisas, el piélago es tu mar enrojecido por el tiempo, el aire lo racionas
con la la sombra, y tu piel es como un cuaderno de niño en colores superpuestos
y todo el cuerpo con trazos de esperanza. Me enamoras, siento el beso de una
diosa calarme los labios cada vez que oteas mi pensamiento, cada siempre,
siempre, siempre, que permaneces en la crecida de mi ola amorosa. Enniñado y
hombrón sé que atiendo por los costados un llamador de tierra mujer que me
entiende.
Con un poco adelantado en el tiempo, a
tus entrañas mismas, metiéndome en tu piedra alma, en tus regueros de sangre,
en tus mismos ardores, llegué con toda mi jerga a escribirte, tierra mujer,
-allá en tu agua-, que te quiero.
Ramón Llanes.