SIN
SABER QUIÉN ERES.
Escrito en
honor y voluntad a costaleros
y
penitentes de la Semana Santa de Huelva
Del
aljibe del alma te sale un rezo hacia no sabes dónde, es posible que
hacia la mar entera, hacia el silencio, hacia tu costal. Te elevas,
levantas el rezo con una pena a remediar, te calzas o te descalzas,
te limpias una lágrima tímida y caminas por el adoquín roto que
ayer te sirviera de alfombra, vas observando el misterio y llevas el
varal metido en los huesos, eres honor; estoy al otro lado de la
acera y lo siento, me llegan tus emociones, no te veo la cara y
percibo un llanto sordo como gemido ahogado, como pasión y dolor al
mismo tiempo.
Es no sé
qué día de penitencia, humillo de sahumerio, velorio e incensario,
calma, ansiedad que te aligera la esperanza por un algo que esperas,
quizá por haberte creído parte de la ofensa, tus sandalias
arrastran flores sin mustiar, arena descosida y asfalto viejo,
también oración; peregrinas mientras te observo desde la acera
perdida de mi ignorancia y me lastimas un poco la conciencia. Siempre
había pensado que tú no existías y ahora te tengo ante mis ojos,
para ti el dolor, para mí la sorpresa.
Es ya
otro día más de penitencia, una música de amarguras inunda la
noche de primavera, hace medio calor, huele a cera quemada y a
tristeza; huele a santidad, a procesión, a ti; huelo a ti con el
sudor pegado al color de la túnica, me hueles a penitente sin causa
y me pasas de largo por el alma al grito de la levantá. Empiezo a
comprender que existes. Había llegado otra vez cuando se ocupaba de
la calle un silencio rotundo, cuando las caras de los otros también
derramaban súplicas y te mantenías erecto en tu emoción,
coleccionando las sensaciones de los demás desde tu escondite,
sabiéndote mejor tratado que ellos y prometiéndote cumplir, a pié,
más de diez mandamientos. Porque eres honor, sí, pero también
inmisericorde y templo. Aquel de la mirada absorta, semi-expectante,
era yo. Y mientras tú proponías un relámpago por algo, te quería
conocer o tocarte, y siempre estabas y nunca pude, no sabía de tu
necesariedad.
Al
cansancio añades luego una gota líquida de agonía, tu expresión
serena y cubierta la delatan, no sabes quiénes son los espectadores,
estás en tu rezo, a veces ido, a veces vuelto al rito del pecado, a
veces proscrito o defensor de humanidades que no son tuyas, te crees
obligado a salvar, mientras te miro desde la acera, me rozas la
sensibilidad, y me salvas, porque siempre pensé que no era necesaria
tu existencia; ahora, ya ves.
Ramón Llanes. Marzo
2013. publicado en huelvabuenasnoticias.com. 26.3.2013
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