EL PARAGUAS
Nunca he
sabido perder un paraguas. Las ocasiones que me han propiciado el
destino y el olvido son incontables; no me ha faltado el riesgo, he
deambulado a diestro y siniestro por lugares diáfanos y por
recovecos, me he sentado en bancos callejeros, he viajado, me he
mecido por las distracciones de la voluntad a mi propio antojo,
siempre con la intención funesta y subconsciente de perder el
paraguas, y nada.
Mi paraguas
marrón me lo regalaron una tarde de lluvia y aquella tarde dejó de
llover de improviso; mi paraguas tiene el pedigrí de mis manos, mi
olor inyectado, conoce las calles que ando, las paredes que miro, las
caras de las gentes con las que me sostengo la vida. Mi paraguas
lleva conmigo más tiempo que una eternidad y me conoce y sabe
tratarme con delicadeza de objeto.
Sin embargo
mi paraguas nunca se perdió, siempre me esperaba en la percha, con
la soledad comprimida y el temor de una intención malévola, siempre
me esperaba quieto, soñando tal vez que me vería llegar y temblaba
de gozo a su manera; siempre ocupaba más la tristeza si el tiempo
alargaba el descuido. Pero nunca perdí definitivamente mi paraguas,
alguien me avisaba, otro alguien, en otra vez, me preguntaba si aquel
paraguas me pertenecía, si lo había perdido y me lo entregaba,
siempre ha vuelto a mis manos, con el mismo deseo, con su cabo fino
como si fuera su piel, con la misma ternura.
Después
del encuentro no recuerdo haberle recibido con algarabía ni que me
produjera esa sensación humana de placer que se viene al latido de
las tripas cuando algo perdido se recupera, ni recuerdo ahora cuántas
son las veces que me encontró. El paraguas es una cosa demasiado
insignificante, solo útil en pocas ocasiones -y menos en el Sur-,
que produce cierta molestia su llevanza constante, que no posee una
especial belleza para presumir con él. El mío, además, se dobla
con facilidad y se guarda en un bolsillo.
Y me traigo
esta reflexión ahora que vine escondiendo mi sequedad por los
soportales de esta tarde húmeda y se me frustró la precaución
hasta mojarme sin remedio. Eché de menos mi paraguas marrón, no
pude tenerlo para que me salvara del tiempo, lo dejé donde no podía
serme útil, en la percha dormida del zaguán color salmón, allí,
esperándome, deseando que lo rescatara para cumplir con su deber. No
sé perder un paraguas porque él no quiere.
RAMÓN
LLANES 12.3.2013. Publicado en huelvabuenasnoticias.com el 19.3.2013.
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