Enlazando asuntos y
atando cabos para llegar a una conclusión razonable, hurgando en las bondades,
moviendo fichas de confianza en el sentido de las agujas del reloj, nunca
simulando, siempre empleando la candidez como norma no académica, mirando de
frente las cosas y el mundo, empleando la ingenuidad en la gran esfera convulsa
del cosmos expeditivo y agresor, parecerá un pronóstico ficticio de acción o
parodia, que ha cambiado la sustancia del ser o que se suceden alteraciones
importantes en la máquina de vivir.
Desde los observatorios no formulados ni
pretendidos los compañeros de viaje quedan apuntados en la lista de los pícaros,
que indiciariamente está asignada a la inteligencia; en el anverso, cualquier
dato que tienda a definir la actitud general en arenas de candor, sencillez o
credulidad, es costumbre viral el encuadre en personalidad sencilla, torpe,
soñadora o utópica, con la consiguiente bruteza de sustraerle al individuo su
renglón en el catálogo de los listos. Culpa el error más que a las consecuencias
a las actitudes y supuestamente el ingenuo se obliga a no permanecer incauto o
confiado so pena de desmerecer trato en el columpio de este insano parque de
atracciones.
Encontrar un perfil posicionado en la pauta de
la ingenuidad, excretor de malabarismos retorcidos y afinado en los cortes de la
limpieza, resulta poco menos que imposible y produce una extraña sensación de
chufla en los avatares del ruido que genera el trámite de convivir. El
observador no tira de estadísticas ni usa su catálogo de adjetivos -unos
amables, otros desagradables- para encajar a cada individuo en su lugar exacto,
el observador se limita a otorgarle posición ética, le dota de función y le deja
libre en la constancia para desde allí tender el alambre de salvación al primero
que descuide el pálpito; en alguna ocasión o en muchas, se rendirán cuentas a la
libertad, sin adjetivos ni calificaciones.
Ramón Llanes en DIGITALEXTREMADURA.COM 27.1.2015
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