MAYORDOMOS DE SAN BENITO
Comprendí, en muchas estancias, en más afectos y en tantos renglones escritos con la mirada, cómo el deber comprometido supera cualquier abyecta inclemencia. Ser Mayordomo para un cerreño colma una infinidad de metas y responden corazón y entusiasmos al elenco de aspiraciones conservadas desde niño en las más plácidas entrañas del honor. Y así, dignidad y sueños componen un todo que se enraíza en fe, emociones, oración, amistad, entrega, bondad y que al mínimo trecho de haber comenzado deja un halo de perfección decidida en la práctica de los hombres y mujeres que han rozado apenas las místicas bandas del Santo. Y a partir de esa experiencia las cosas no serán igual; cambian los colores de la cara, la ansiedad por el bien, la constancia por una verdad primigenia ahora encontrada; la vida empieza a tener otro sentido, como menos transitorio, como más intenso.
Habrá un antes deseoso y un después satisfactorio; un antes sin hacer y un después hecho. Quienes han bailado folía, poleo y fandango, quienes han vestido su cuerpo con la historia, quienes han montado jamugas por entre la floresta verde del tiempo febril, quienes han cabalgado hacia esa locura de ilusiones, todos quienes se han desvivido alguna vez por ver cumplidos esos sueños de mayordomía, serán mensajeros especiales de la liturgia del bien y dejarán en cada huella una mueca de amor. Y la fiesta solo será un recurso o excusa para la dedicación intensa de los seres humanos de El Cerro al patrón ético de la verdad que con libertad profesan.
Ramón Llanes.
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