TE CONOZCO.
Con mi pura devoción humana
a El Cerro de Andévalo.
Yo sé
de ti, te he visitado en horas de calor y estío, en tardes largas de riquezas y
acogimiento, en tardes cortas de aguaceros con las pestañas mojadas, en noches
de pregonarios y mañanas de albricias, en días de música y días de dolor, en
momentos de templo, en procesiones
sanbeniteras, en muchos ratos de folías y poleos junto al paisaje de los pagos
claros del Andévalo, en fechas señaladas en nuestros únicos almanaques porque
alguien estaba en mayordomía u otro alguien me dejaba caer su agasajo por el
alma, en fiestas de agosto probando la paz hecha luces de colores y la
satisfacción de la convivencia, en minúsculas conversaciones con hombres que me
aportaran en un segundo un mensaje completo, en mayúsculas conversaciones donde
el tiempo era lo de menos porque la ocasión aquí era premio por tanta emoción,
en dulces de turrón y sombras de eucaliptos.
Te conozco, amado Cerro; te conozco desde
mi primera entraña, desde la consistencia de tu paisaje, desde el corazón viejo
que me parte la sonrisa de tanto usarla, desde la miel de tus gentes en la
serenidad de un abrazo, desde la hornilla que amolda los sabores a nuestro
gusto, desde la poética de tu Trinidad, desde la nobleza de toda tu estirpe,
desde un rincón que se nubla a otro que se aclara, desde mi intensidad de
observador, te conozco.
Te pretendo en la golosina que eres para
mí cuando soy niño en tu aire especial que me aquieta, te pretendo en el
pestiño, en un aviso general consagrado al sentimiento, en un salto atrás del
tiempo, en la onírica promiscuidad de mis realidades en este lar, en mi acto
por venir, te pretendo.
Y te amo, Cerro altivo, con la potencia
de cada una de mis sístoles, con el fuego que nos transmitimos, con el respeto
a las familias de la mujer que me acompaña la vida y con el afecto a ellos, con
las carnes abiertas por tanto que me das, te amo.
Ramón Llanes. 6/02
TE CONOZCO.
Con mi pura devoción humana
a El Cerro de Andévalo.
Yo sé
de ti, te he visitado en horas de calor y estío, en tardes largas de riquezas y
acogimiento, en tardes cortas de aguaceros con las pestañas mojadas, en noches
de pregonarios y mañanas de albricias, en días de música y días de dolor, en
momentos de templo, en procesiones
sanbeniteras, en muchos ratos de folías y poleos junto al paisaje de los pagos
claros del Andévalo, en fechas señaladas en nuestros únicos almanaques porque
alguien estaba en mayordomía u otro alguien me dejaba caer su agasajo por el
alma, en fiestas de agosto probando la paz hecha luces de colores y la
satisfacción de la convivencia, en minúsculas conversaciones con hombres que me
aportaran en un segundo un mensaje completo, en mayúsculas conversaciones donde
el tiempo era lo de menos porque la ocasión aquí era premio por tanta emoción,
en dulces de turrón y sombras de eucaliptos.
Te conozco, amado Cerro; te conozco desde
mi primera entraña, desde la consistencia de tu paisaje, desde el corazón viejo
que me parte la sonrisa de tanto usarla, desde la miel de tus gentes en la
serenidad de un abrazo, desde la hornilla que amolda los sabores a nuestro
gusto, desde la poética de tu Trinidad, desde la nobleza de toda tu estirpe,
desde un rincón que se nubla a otro que se aclara, desde mi intensidad de
observador, te conozco.
Te pretendo en la golosina que eres para
mí cuando soy niño en tu aire especial que me aquieta, te pretendo en el
pestiño, en un aviso general consagrado al sentimiento, en un salto atrás del
tiempo, en la onírica promiscuidad de mis realidades en este lar, en mi acto
por venir, te pretendo.
Y te amo, Cerro altivo, con la potencia
de cada una de mis sístoles, con el fuego que nos transmitimos, con el respeto
a las familias de la mujer que me acompaña la vida y con el afecto a ellos, con
las carnes abiertas por tanto que me das, te amo.
Ramón Llanes. 3/14
No hay comentarios:
Publicar un comentario