TAREAS DE VERANO
Hay un proyecto común
para el verano: el descanso; todo lo demás forma parte del núcleo,
del ciclo o de la edad. Del núcleo por la necesidad que las
circunstancias plantean que a veces son ineludibles de salvar, todo
aquello de pintar la casa, ordenar el trastero, buscar novia,
enamorarse, un sinfín de acicates de estío que claman a la voluntad
y la convencen. El ciclo depende de la situación en la cual se
encuentre cada uno, que si estabilizado, que si pendiente de un
viaje, que si un trabajo, que si las deudas, otro sinfín de
aconteceres que vienen a determinarnos las ideas y cambiar las
formas. De la edad es sabido lo poco seductores que son los viajes,
lo mal que se lleva el cuerpo en tardes de calor por esos mundos sin
estar en casa, de lo malhumorado que se pone el personal cuando se
requiere ocupar la noche para algo distinto del sueño.
Los proyectos no son
empíricos y los resultados no se someten a criterio o examen de
seres superiores para valorar las conductas; como seres libres, solo
sometidos al vaivén de los caprichos y de la lista de deberes,
existe un enorme margen de alteraciones e inventos de última hora
que caben perfectamente en el juego de las hipótesis sin importar la
edad, el núcleo o los ciclos; quienes escriben los proyectos tienen
poder para cambiarlos, borrarlos o convertirlos en dilemas, en
premisas, en sofismas o en trueque, todo vale para compensar el mal
trago de la memoria, que siempre estará exigiendo el cumplimiento de
lo establecido.
Los consejos se echan en
saco roto y acaba el verano con la misma cara de rebelde que había
comenzado, sin ordenar el armario, sin enamorarse, sin descansar lo
suficiente y sin apenas haber logrado modificar las reglas ni los
hábitos ya consolidados durante tiempo atrás. Animales de costumbre
o simplemente poca gana de jaleo -dando a entender que dejarse llevar
es costumbre y que cualquier movimiento es un jaleo-, para romper
esquemas sin pudor. Un calco de nosotros mismos.
Ramón Llanes. 13 julio
2015.
en DIARIODEHUELVA.ES
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