EXALTACIÓN DE LA SAETA
(DEDICADO A RAMÓN LLANES BAQUERO
ALUMNO Y PROFESOR DEL COLEGIO MARISTAS
DE HUELVA DURANTE 46 AÑOS)
PREÁMBULO.-
Mi primo hermano, Ramón Llanes Baquero, merecía estar aquí.
Porque aquí estuvo siempre, porque aquí aprendió, jugó, amó y enseñó. Porque
Ramón es un símbolo marista, un testimonio de verdad y grandeza, un ángel
custodio de estos enjambres de niños y de todos cuantos tuvieron el privilegio
de tenerle.
Mi primo Ramón es una esencia viva del deber bien cumplido,
de la fe propagada, del conocimiento bien transmitido. Y ahora, mereciendo
estar aquí, lo ha perdido un rato la materia, su cuerpo se colapsó de misterios
y se durmió, dejándonos un crespón negro en todo el dolor, en toda la posterior
vida que nos legaba.
Mi primo Ramón ha puesto su grandioso espíritu entre los
pensamientos de esta tarde y está, merecidamente, dándonos a todos la penúltima
lección de bondad.
Primo Ramón: hagamos sonar juntas nuestras guitarras,
cantemos las coplas de siempre, así “la chiquetita, la chiquetita”, caminemos,
primo, con ellos, con Gregorio, Dolores, Juana, Pepe, María San Marcos, así:
Virgen de Coronada, “la chiquetita, la chiquetita”. Por tí.
EXALTACIÓN.
Cuando los palios bailan en escenarios de calle, cuando el
velorio desentraña la fugacidad del tiempo, entonces son las horas cómplices de
los ritos. Todos los pedestales en grande y en pequeño transitan asfaltos
quemados, unos tras otros, semana y dios, entre devociones y saetas. Suben los
arrepentidos escaleras de calvario. Y el Dios inmenso baja a las manos y a los
labios primero en la sacristía, luego a cualquier corazón que ofrezca
hospitalidad.
A los santos muerden remordimientos y aconsejan la
semblanza adecuada para cuando llegue una pasión cruenta no entendida. Ellos no
se atreven a fumigar con incienso los sitiales de los cofrades, no se lloran,
no se amontonan en los retablos pero se ajustan al deber de la santería,
cumplen normas de apaciguar y calientan paces con cirios de luna. Es hora,
en la sangre de mi tierra, de malvas
azucaradas, amarillos fuertes en oro, penitentes, pasos como tabernáculos,
hervor de sahumerio, canción de penitencia y súplica de confesionario.
Para colmo la primavera ha reventado los azahares y los
cielos se asoman para tocar los terciopelos. Con peinetas acusan seriedad
mujeres de ojos abiertos y dejan, incluso ahora, garbo y belleza. La procesión
es la majestad del hermano, a ella
inclina una labor de presencias para dedicarle estética al
anónimo del capirote y al nazareno.
El pueblo perdonador no hace especial memoria de la pasión,
la hace esplendorosa, sin culpa de
dolor, ajustada ya por los siglos al momento nuevo. Renacer, resucitar más de
lo debido, entretenerse con Él en su mandato, hacerle ascos al temerario ardor
que trae el odio. Los santos están en la
misma fila que las hermandades, las protegen, se protegen entre ellos como
sanadores. Semana de Dios, semana del hombre en mi tierra clara, clareada por
los placeres en las llevanzas, en las caras, en las levantás, en los sudores
costaleros con sabor a madera y a barnices de abajo. El pulso y la fuerza son
mezclas y los gritos son alabanzas y vítores que para algo se muere y se
resucita.
Semana de nacer al palpitar del rezo; con bondad Un
Todopoderoso atiende y mima la fe de los redentores de mi tierra que son los
dioses del asfalto y que hacen genuflexiones en cualquier esquina.
El cirial trae la luz y la
revienta
entre el sombrío pedernal
que calma,
el cirio es más redentor que
alma
en un sufragio que el rezar
inventa,
los hombres son las luces
que se inquietan
que acaloran la frialdad del
alba,
Onuba es el pueblo que
levanta
un palio y al todo del rezar
se presta
y hace que la pena sea
esperanza,
que los silencios, acordes
que suenan,
que los niños sean clarín de
esperas,
que las madres imágenes de santas,
que dios esté atento y
permanezca
como melodía de saetera
y tercio musical de quien la canta.
La voz rompe el gemir de la
garganta
cuando a plañir la procesión
se eleva
porque el Cristo en el dolor
es queja
y la cruz es la fuerza que
quebranta
la sinrazón del hombre que
se aguanta
su llanto hasta dolerle la
saeta
como duele el cantar de la
taranta.
El fugaz regocijo se despeina en las sombras del camino
eterno, los cirineos asumen el guión de la entrega hasta convertirse el
solsticio en la crema de angustia que desnivela los pecados y divierte al dios
que se invoca. Ay, nazareno hombre, semblante de la soledad y crespón de
inocencia, quéjate de la felicidad mas nunca del dolor; quéjate de la vida mas
nunca del camino del calvario, que la meta es aquella alta, de cuesta empinada
y balandros sueltos que te esperan para destinarte a la gloria que tú
solicitas.
La paz se ha hecho en el bagaje de los contratiempos, solo
queda el recuerdo de la luz, sola la luminaria de los tiempos que se hacen con
Dios excelencia de pródigos, cuando tímidamente suena la melancolía de la
saeta.
Ramón Llanes. 27.3.2014.
Realizado en el Colegio Maristas de Huelva junto a Cristóbal Llanes Baquero.
Ayer tus palabras pasaron demasiado rápidas para poder saborear el contenido que traían. Hoy me complace, gracias tu entrada, poder releerlas a mi antojo, cada vez que quiera, para disfrutarlas en tu compañía, junto a nuestro Ramón en el pensamiento. Gracias primo.
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