LA
DESCONOCIDA.
No
sé otra cosa de tí que tu presencia. Tu irregular venida a los
sobreros de sombras del mediodía, copa de dulzor entre los labios,
sonrisa y poco más. Menuda en la forma, haciendo paso en la
satisfacción celeste de los soportales, rizando el cabello ya rizado
y claro, perteneciendo al sofoco del suplicio del verano.
No
sé otra cosa, que caminas como desandando, meciendo un cuerpecillo
asimilado al ritmo de tus plantas y pidiendo perdón por recorrer la
calle que crees desmerecer. Y que te acompañas siempre, y que miras
el infinito desde un infinito horizontal desde donde los pies se ven
juntos, al lado los grandes, sin distinguirse los olores, ni las
penas, ni los nombres. En esa distancia me tiene la imagen tuya
absorto y no soy capaz de preguntarme dirección o peso. Y ya no es
estío y aún no remedas que nos tropezamos.
Si
te supiera, declinaría en primera todas las flores para dar con el
gusto en la sobremesa de organdí y no olvidar la reticencia del
ablativo, para no dedicar tiempo a las adivinanzas cuando, como
ahora, intensifico mi gubia de pluma y soy capaz de escribir sin
conocerte. Si me valiera el tiempo, te preguntaría sin hablar las
cosas que no necesito para entender de tí tu timidez de tierna
núbil, tu aspiración en las miradas, tus sensaciones, tus saberes,
tus fuerzas. Y entendería de tí el modo de ser sonámbula en un
paisaje que te pertenece.
Mujeres
engoladas sobran en la acera porque en ellas se surten los gozos de
la vanidad y sobran vehementes y provocadoras y ostentosas. Y con el
otoño las sobrantes han ganado en humos porque cambiaron
simplemente el cartón de la envoltura y adornan el paisaje y
desadornan el paisanaje.
Todas
llevan misterio de desconocidas y no son estas líneas para tí; para
tí, o los nimbos de la yedra o el remanso del árbol, pero nunca la
bruna conspiración de un recital de palabras escritas sin nombre de
pila en la dedicatoria.
No
sé de tí más que la sombra que te ata, mucho menos que saber el
color de las pestañas, mucho menos que saber mirarte y mucho menos
que dedicarte una página. Y pensando en ellas, las sobradas de
cuerpo y tacón, pienso dos minutos en la inhábil destreza de tu
anonimato para pedirte que no me cuentes cosas de tí, que no me
avises de tu existencia, que no me traigas huellas en la acera, que
no te acuerdes de cambiar el cuerpecillo, ni la correa del reloj, ni
la moderación.
Quizá
cuando haya soñado conocerte, en un despiste del destino, no tenga
para tí una página, un gramo de tinta, un mega de memoria, un verso
o un aplauso.
Ramón Llanes.
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