QUÉ LUGAR.
Le faltó decidir el lugar, ya diseñó el viaje con exquisito talante,
los pormenores, la fecha, la compañía, el hotel, la lectura; solo con el lugar
montó un sueño disparatado, era importante no dedicarle tanto tiempo como a los
preparativos, le daba igual, Rusia que Trigueros. En la casilla octava del
buzón del bloque diez de la calle Real viven quienes desde hace dos meses
tienen decidido que irán a Italia en viaje de conocimiento y les queda por
hacer maletas, coger ropa, elegir hotel, completar el número de viajeros. Al
otro lado, en la casa del árbol en la puerta se sienta alguien que no puede
permitirse tal lujo y se queda a la sombra fría de noviembre, este fin de
semana, haciendo compañía al árbol.
Aún me faltan muchos por emparejar, otros por empujar, alguno por
decidir y hasta me falta uno por inventar para un lugar que ya tengo
predestinado. Supe pronto que me sería imposible contar con todos, porque me
refiero a ellos que a veces no están para movimientos. Ese yo que son ellos, el
tú que son nosotros, el nosotros que son vosotros, la lástima de quedarse, la
ilusión de partir, el qué hacer con un billete de tren ya antiguo que solo me
indica adónde fui, el río que nunca me esperó, el entusiasmo que me sobró.
Por fin hace la travesía deseada en su hamaca de comedor, libro y mapa
en las manos, pensamientos por doquier, música de fondo, aperitivo, las
amistades a la mano. Y del viaje solo la melancolía del que ya se hiciera,
mirando el guardado billete de tren, ya sepia, con una fecha detrás, una
dedicatoria parecida a una propuesta y muchos recuerdos saboreados que implican
su estado de ánimo. Decidió que el lugar fuera todo el mundo desde la suerte de los sueños.
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