Abre el poeta su ductilidad, su armonía, todo su canapé de emociones para asentarlos en su horizonte de sueños.
En la generosidad de estos versos leerá el lector las manos del poeta, los ojos tan abiertos del poeta, la soledad tan asomada del poeta; es el renglón multilateral de un poema único que se descifra a través de los rasgos que caracterizan sus creencias en la libre disposición de su vida trasladada desde la génesis a la soberbia, a la osadía, a los pasos utópicos o desde aquella deleitosa amalgama de raíces que forjaran su propia solemnidad. Se ha ido haciendo poeta en el poema, metáfora en el verso, comprendido en los atardeceres; es el poeta quien ha devenido fuerte para solventar las dudas, es el mismo poeta –con arrojo y coraje- el precursor de sus lances líricos para devolver a la gratitud su admirada bonhomía.
Están contados todos los versos en una lista útil para ser sabidos. Ha germinado esa facultad sana de escribir para uno mismo con la seguridad de saber relacionarse con la multitud o con una parte aliada del mundo que le ocupa. Al leerle los silencios se le entienden los márgenes o dígase que todo son crepúsculos que vienen a hacerse en la prontitud de una tarde que nunca sabe comenzar. Será para el lector una algarabía de sensaciones distintas y nuevas perfilarse como buceador de las insinuaciones y premuras que el poemario ha sugerido en su clase de melancolías.
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