PALABRAS
DE PIMIENTA
En el módulo veintidós
de este centro penitenciario a veces llamado mundo, discurren órdagos
a diario que ni porque está el tiempo frío se pierden. Es la
servidumbre, la típica servidumbre que costeamos los mortales por el
privilegio de respirar aquí. Nuestro módulo es la España perspicaz
y pícara, horrenda o sabia según el sol caliente de un costado o de
otro. Y siempre, de sobresalto en sobresalto, sin remedio.
Me acompaña fiel mi
rebeldía y me rasca los nudillos hasta el empuje; también hoy y más
ahora que encuentro mi herida del desencanto gritándome órdenes de
revolución. Pero hoy no vengo guerrillero, controlo la rabia y
aparco la impaciencia en el lugar de mis incomodidades. Y me
desordeno para rubricarme con una pócima de aliento calmoso y aún
así, tan frágil de interés, escribo sin sorna estas mis palabras
de pimienta quizá con la fijeza de sustituir a alguien en su
ejercicio de poder.
Ni en lo más inesperado
de mi sorpresa cabría tan brutal noticia. Y no estoy para bollos y
no estamos para mandangas pero se nos quiebra la sangre al oír que
el partido que manda en este módulo nuestro prepara una moción de
reforma del código penal para incluir como delito la atención y
ayuda a inmigrantes ilegales. No esperaba que esta banda de próceres
alienados exclusivamente a lo más miserable del capitalismo radical
fueran capaces de inventar tan horrorosa orden. Sin embargo,
piénselo, el dictado del capitalismo lo impone, para él no cabemos
todos; el nazismo castigó a quienes colaboraban con los judíos; con
anterioridad a las revoluciones soviéticas se impedían con métodos
crueles las atenciones a los proscritos; las sociedades
fundamentalistas han sido siempre ejemplos malditos de la eliminación
de derechos a las mujeres; en nuestro propio módulo, allá por el
siglo XV, quienes no aceptaron la religión propuesta desde la
monarquía fueron expulsados y perseguidos sus amparadores; en los
EEUU el socorro a los esclavos era causa de gran castigo. Volvemos,
pues, al sistema de las cavernas, donde no existían derechos sino
privilegios.
No nos merecemos este
trato; hemos confiado a ciegas en las listas que nos mandaron a casa
con promesas de mejoras y esto no es mejorar es quebrar nuestros más
elementales sueños, es castigarnos por propiciar el don de la
lealtad, es hostigar a los débiles, es demacrar la democracia y
hundir el estado de derecho ya logrado. Tenía razón quien
escribiera: “humanismo es tú y yo, capitalismo es tú
o yo”.
Me
siento casta extraña en este módulo porque ni sé quién podrá
impedir esta tropelía. Ahora volveré a mis rebeldías después de
este rato de sosiego desde donde he pensado que la palabra y la
conciencia han de modificar el deshonor de las miserables ideas de
esta infame forma de interpretar el capitalismo.
RAMÓN
LLANES. 1 FEBRERO 2013.
publicado en el periódico digitalextremadura.com. 3.2.2013
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