HERVÁS
El
tiempo en Hervás está escrito en las paredes como un susurro
dominante que premia las miradas. Y el tiempo en Hervás no lo es
todo, puede ser un pasaje, una lágrima, un entusiasmo por descubrir.
El todo es la armonía, la estética armonía entre tiempo, espacio,
luz, agua, silencio, arquitectura y belleza. No es posible dulcificar
allí el paso y reducirlo a un tránsito exiguo, aquellos misterios
demandan una atención desmedida y concentrada, para no quedarse en
la observación de lo trascendental que enseña la captación de lo
corpóreo, existe una simbología que es preciso desmenuzar y
traducir en la mente, cuanto de alma es posible descubrir en un
pueblo.
El
lenguaje también es el tiempo y está el tiempo inmerso en el agua
que desfila sombría aquietando la conciencia del paisaje; el tiempo
como compendio de los pulsos que a la vida le han mitificado, por
aquellos suelos, viejos rincones, adobes y maderas formando palabras
incomprensibles o sencillas. Como tal los secretos de las
balaustradas, de las cornisas, de las sombras, plasmado como un
revés a la naturaleza más cercana y erigiéndose escondite sin
reja, pasión por quedarse y fundar celebraciones y efemérides a las
costumbres, sin miedo.
El
anuncio es casi sobrenatural, no es esperado el calor en la
liberalidad de las contiendas, ya no reinan los solsticios amargos
que tanto embargaran los silencios precisos del río, que ahora es
fuego todo cuanto incertidumbre fuera. Hervás es un encuentro de
tolerancias cargado de historias y sobrado de recuerdos. Un
pensamiento unívoco de vida, sin sorteos ni dolencias; solo con el
patrimonio del tiempo implementado en este espacio decididamente
elegido, por la luz regalada, por el espacio hecho y por la belleza
conseguida.
Tiene,
Hervás, una atracción de realidad aún no medida ni valorada que
seduce hasta crear adicción; un universo a pie de corazón.
RAMÓN
LLANES. 28.4.2013.publicado en digitaextremadura 29.4.2013
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