La
espera tiene esa virtud de constancia que anima la soledad hasta
nutrirla de sensaciones; ayer esperaba, mañana esperará, con la
docilidad del pensamiento en cada mimbre de estancia, luego el
devaneo con la sorpresa, la suntuosidad del regalo. Todo se convierte
en prenda de apego, la delicadeza mima las razones y la querencia a
lo nuestro deja viva la estampa del deseo.
Una
llamada esperada apuntalando un hermoso recuerdo, la rapidez en la
capacidad real de lo tan esperado hasta convertirlo en fragancia para
la supervivencia. El recuerdo en la estima de esa verdad que
consolida el cómodo compromiso con la realidad, hay pendientes que
dejan de serlo y futuros que se enrolan en una pausa de lógica. Ya
están en el fragor del tiempo las cosas puestas para las faltas, las
coberturas y las listas. Nada sobrará en la faldriquera o acaso un
hueco mínimo para un sentimiento de última hora.
Así
se estibará el sondeo de felicidades pretendidas por la contundencia
de una llamada a las cuitas de lo agradable y con la creencia en la
fortaleza de los recuerdos, un todo impersonal que se funde en gracia
y a veces en gloria de humanos de a pie que circundan hiperverdades
con las mismas ganas que sube una estrella a otro firmamento. Sobran
motivos para esperar desenlaces colgados en los recuerdos como sobran
estímulos para libar con los ojos de la inconsciencia cualquier
júbilo que se adelante. Llamada y recuerdo, un algo efímero que se
repite en el largo cauce de nuestro tiempo.
Ramón
Llanes. 27.8.14.
Publicado en Diariodehuelva.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario