Por aquí,
cuando llega septiembre, se nos aparece un
contorno casi otoñal que nos hace pensar en un cambio de tiempo no
deseado. Y empieza a oler a cuadernos y al sudor de las clases
ocupadas y al presumido veranillo que pretende quedarse. El mundo
gira de forma distinta que en las lomas del estío, la percepción de
los arraigos y las destrezas involucran al hombre en otra mercadería,
en un trance más romántico.
Septiembre
es un sol encandilado que trae predicciones de nuevo curso y nueva
proyección en la generación de la sabiduría; y se inventa noticias
que huelan al semen del tiempo y se copian otros cálculos para las
tardes de hogar y el mentidero de las plazas emerge para contar todo
lo ocurrido y se notan las pausas por nuevos cansancios y se ordenan
los sentimientos como si fueran libros o se ordenan los libros como
si fueran sentimientos. Septiembre nos hace comenzar siempre algo.
Esta parte
del ciclo de nuestro existir tiene su entonación natural con la
vida. Nos aporta una noción de horizonte y cierta complicidad con
nuevos enredos que columpiarán a uno y otro vaivén todos nuestros
hervores, en una apariencia de entenderlo como el minúsculo germen
necesario para ponerle una chispa lúdica a los nuevos momentos. Una
vez en el clímax, la fantasía pondrá sus restos de empujes para
continuar creciendo hacia la cúspide más deseada del otoño. Pueda
ser, lo dicen los cuentos, quién lo sabe, las enciclopedias, los
poemas, los sitios, lo cuentan las emociones y es sabido en el orbe,
que pueda ser que en otoño nacieran los besos.
Ramón
Llanes. 11.9.2014.
Publicado en huelvabuenasnoticias.com
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