Esta Navidad trajo a casa un regalo inmedible en forma de niña y desde
entonces las cortinas huelen a ella. Los padres tienen muecas nuevas, entrega
distinta y voluntad sin cansancio; ha llegado una sonrisa conmovedora a este
mundo para imprimirle un color pastel a modo de esperanza, el delirio de la
estancia a partir de este primer tiempo feliz y un círculo concéntrico de
ternuras que acaba ahora en el punto de la felicidad.
La niña duerme y mama todas las horas, se entretiene en entretener
con cierto disimulo a la mucha concurrencia que pretende habilitarle los sueños.
Un hervor más, acaso la quitaescencia de la verdad o mucho más que un deseo
estelar que se apeteciera; el mundo parece otro, con esa dulzaina de espera, con
el arrebol de la criatura abriendo los ojos para entendernos, con la música del
llanto y el pensamiento pendiente solo de vivir. ¡Qué mensaje, cuánta
generosidad!. Juegan fuera los otros con la nariz en el cristal adorando los
regalos. Dentro hay silencio cuando duerme la niña para escucharla respirar,
para mirarla tan perfecta, tan bien creada, tan íntima.
Que vuelen los solsticios o que nieve con desmesura, son quehaceres
menores que no reciben atención, todos los ojos son para ella. A cada movimiento
las bocas lanzan sus expresivos halagos, emprenden gráciles comentarios mientras
va tornándose en luz la serie gris de toda la cuna.
En ello andamos, en estos asuntos de casa que nos ocupan varios
meridianos del tiempo, componiendo versos para mejor mimarla, fingiendo irnos
sin mover los pasos, presumiendo de un regazo, haciendo palabras nuevas para
tanta novedad, para evitarle gesto de dolor o pena que no tiene. Con una mirada
constante en la pulsación de su vida se suceden los calmos presagios del cuido.
No haya miedo que la asuste ni voz que la alarme, será siempre la ternura quien
la amamante y la duerma.
Ramón Llanes en DIGITALEXTREMADURA.COM
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