VIOLENCIAS
DE MODA
Se
advierte cómo los violentos juegan su papel y cómo sus gestos
tienen publicidad y rechazo. Es, sin embargo, común el precio que la
sociedad paga en vidas, en desórdenes, en volumen, por estos actos
que perjudican un estado de bienestar tambaleante. No es de último
cuño el uso de la gresca y el insulto en el fútbol, viene de viejo
y hasta se ha hecho crónico en casi todos los partidos; porque el
insulto es consustancial con la circunstancia, porque se ha impuesto
como necesario para impedir el desarrollo de la contienda o para
imponer que esta se dirima a favor de quien más grita.
No
estamos en una clase de comportamiento social para convenir normas
que se formulen como correctas para la estancia en un campo de
fútbol, los espectadores han de llegar educados de casa. El valor
coercitivo de las leyes consigue ciertos logros pero no llega a lo
profundo, a la génesis del problema, para atajarlo desde tal inicio.
La educación, lo sabemos desde siempre, es el antídoto que elimina
estas conductas incívicas, mas no contamos con ella en todas sus
formas y en todos los momentos, parece que se deja en la puerta del
estadio, la poca que se lleve, y que priman otras consignas más
decisivas que la educación y que forman parte del espectáculo como
parte del divertimento. Los escenarios nombrados no se acomodan a los
protocolos de esta disciplina educacional, allí existe un régimen
abierto que admite el desahogo más soez y confirma la dependencia de
los individuos a la escena para confundirse en un todo fugaz que
insufla la desconsideración como valor para el perfecto engranaje de
la acción. Sin el gracejo del insulto sin la torpe bulla de reproche
colectivo sin la sinrazón en la grada no se consuma la tragedia, no
se genera placer a los espectadores. De tal manera que dejaría de
ser atractivo el evento sin estos alicientes.
Cuando
todo acaba vuelven sumisos y tímidos, otra vez a su rol social, como
mosquitas muertas que jamás rompieron plato alguno, se esconden en
su miedo pálido, reniegan de los violentos y empiezan a obedecer
como única función de vida hasta el próximo derbi, la próxima
ocasión o el último grito que la multitud le permita emitir contra
el todo de alguien o la nada de la sociedad.
Y
en esa estamos, forjando inseguridad y aplaudiendo turbulencias hasta
no sabemos cuando.
Ramón
Llanes 9.12.2014.
Publicado en Diariodehuelva.es
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