LA QUE SE AVECINA
No se consigue un
especial acomodo o adaptación a los sistemas que imponen insistentes
y continuas elecciones para la formación de los grupos que han de
regir el entramado del poder. Los electores se creen en la obligación
de participar, se esfuerzan por cumplir con sus deberes sociales, se
mentalizan a ser copartícipes de algo tan importante como elegir a
sus propios gestores, a los mandos que dirigirán sus vidas durante
un buen período de tiempo, sin embargo esta seducción no acapara
pasiones, no conmueve lo suficiente; las fórmulas democráticas –
que indudablemente pueden ser las más adecuadas y justas para la
formación de los órganos de poder, acaso sin discusión- no han
respondido fielmente a sus principios y existe un desánimo general
por los comicios, por no indicar repulsa, tedio, malestar y rechazo.
Ahora estamos en un
ciclo de hartazgo, se nos vienen encima propuestas para elegir desde
todas las instancias, las de arriba, las comunitarias, las
municipales y ello además de constituir un claro insulto al
ciudadano le supone un desgaste económico -por la dotación a cada
partido, la publicidad, los mítines, la imprenta, las comidas, etc-
que se echa sin reparos a los hombros personales de los sufridores
del sótano -nosotros- por la teoría del bien para la patria y para
el estado. Son milongas de pasillo que se inventan demagogos sin
estilo. El elector, mientras tanto, se adapta a condicionar su vida
al sistema cuando debería ser exactamente al revés.
El empleo de todo este
gasto en inversiones, sanidad, cultura, servicios, sería aceptado;
que los partidos, a través de las cuotas de sus afiliados, se
autofinanciaran; que los mítines se hicieran por las redes, sin
gastos para el ciudadano ni para el estado, que los medios no coparan
la información a ofrecer solo con las propuestas políticas (la
mayor de las veces insulsas, faltas de contenido y desvergonzadas),
que se crearan tiempos concretos para los adeptos a los programas y a
los debates, sin alterar las programaciones; que la vida fuera igual,
que los candidatos fueran iguales, que no se pusieran antifaces de
bondad, que no se permitieran candidatos sin ética, que primaran
otros conceptos de compromiso, lealtad, trabajo, responsabilidad,
decencia, para entrar en la lista de elegidos. No sería imposible y
sería más correcto.
Ha pasado mucho tiempo
desde que nos metimos en esta utopía y la democracia no ha
evolucionado favorablemente, ha sufrido constantes agresiones y
menosprecios; nos pusimos a elegir a quienes deberían salvarnos y
nos tuvimos que dedicar a defendernos de ellos -otra vez al revés-
porque nos engañaron en todo y nos traicionaron y nos arruinaron la
vida y la conciencia. Y ahora nos vuelven a pedir el voto como si
nada hubiera pasado y nosotros pasaremos la página, sin recuerdos, y
pondremos sus nombres en nuestra ideología con toda la ingenuidad y
confianza, quizá convencidos de un nuevo engaño.
Ramón Llanes. 3.3.2015
en DIGITALEXTREMADURA.COM
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