Quizá solo un amanecer, un crepúsculo rojo en una tarde de mar, un soneto de Góngora, un cuadro de Velázquez, una noche de amor, un paseo con la personada amada, un viaje por el universo, una cascada, el nacimiento de una flor, una foto desde las nubes, un beso, un abrazo, quizá solo una manzana o una sonrisa, quizá solo un recuerdo, quizá solo todos estos momentos pueden ser más bellos que un programa electoral, lo demás son simulacros de belleza pero nunca igualables a la estética del programa, a su bien cuidada forma, a sus párrafos escritos con letras de buen molde, a su portada en cuatricomía, a sus frases señaladas en color fuerte para ser retenidas por el lector, a sus énfasis en el proyecto, nada puede ser comparado con la magnificencia de un programa.
Habremos oído incluso que un programa electoral genera emociones y produce sensaciones de asombro, que se suele guardar con el mismo anhelo que un libro de Neruda y que provoca la admiración de los adeptos con una denotación singular y rica en elogios. Un programa electoral, de esos que los partidos políticos ponen en circulación con tiempo anterior a las fechas de elecciones, un programa de ese tipo es una declaración de principios y de amor, un cuaderno de buenas intenciones, como una tabla de mandamientos que impone su obligado cumplimiento so pena de sufrir el castigo eterno de los electores. Un programa es una cosa muy importante y esa es la causa de su sobrenatural elegancia.
Una vez conseguido el éxito buscado, el programa recorre pausadamente las mesas de los despachos hasta que pocas semanas después llega a las manos de la limpiadora, quien con sumo esmero lo rescata de la papelera y antes de echarlo a la bolsa última advierte: esto es para tirarlo?, consiguiendo la aquiescencia de todos los presentes y siendo volcado en la trena del olvido para el siempre más lejano posible. El fondo del programa, todo aquello que se dice, se escribe, se piensa, se distribuye y se graba en la inconsciencia, el fondo es igual de atractivo antes de la fecha electora, después no importa, baja las escaleras con idéntica rapidez y pasa a la imposibilidad de su realización, se le pierde afecto y se oscurece en la memoria con un poco de sinrazón o rechazo. Pero no deja de tener su puntito de realidad y su no sé qué de utopía que tanto gusta al personal. En fin, la vida.
Ramón Llanes en DIARIODEHUELVA.ES 2.12.2015
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