RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

lunes, 20 de julio de 2020

LA EXTRAÑA SEDUCCIÓN DEL PODER

LA EXTRAÑA SEDUCCIÓN DEL PODER


Que el poder seduce y corrompe son dos axiomas que han quedado evidenciados a través de todo el proceso de la historia. Si todo poder seduce y si todo poder corrompe es un dilema con difícil solución porque a la vista de los gérmenes encontrados ciertamente no podemos generalizar e intentar acusar de ello a todo bicho viviente que, fuera por casualidad o fuera por arte desleal, haya obtenido del resto de los mortales autoridad y legitimación para departir acaso un poco o un mucho de poder.
Es una verdad empírica, sin embargo, que el poder tiene una atracción especial, fuerte y desmedida que seduce a los mortales e incluso a los animales, les crea una dosis de sustancia en el cerebro y les produce un estado de bienestar de imposible explicación natural pero capaz de hacerles modificar sus pautas de conducta, sus costumbres, sus estados de ánimo, etc. Hasta aquí todo me parece normal, dentro de la lógica. De por sí, por su cualidad innata el poder no tiene virus maligno de origen ni se trata de acción ilícita, prosaica o divina. Poder es sinónimo de potencia, de fuerza, de facultad, y está tan repartido como el aire. Raro ser carece de algo de poder.
Más aún, el poder, en el empleo incontrolado puede convertirse en vencer. Es entonces cuando hemos de prestar disconformidad con el uso del concepto. El poder es un don que quien lo tiene lo recibe de alguien -alguna persona, alguna institución, muchas personas, una situación determinada- y su ejercicio nunca puede configurarse dentro del concepto de vencer. Quien da poder a otro no puede ser vencido por este ni sometido ni vengado. El poder, desde una perspectiva civilizada, se otorga para mejorar el ámbito en el cual debes ejercerlo, así está expresamente instituido.
Más aún, ¿por qué, en las sociedades modernas, el poder se delega?, ¿por qué un elegido en cualquier metodología democrática acuna tanto poder, él solo?. Si en sociedades como la nuestra el poder emana del pueblo no consigo entender la extraña paradoja de que quien lo ejerza, en sistema ocasionalmente delegado, obtenga una capacidad ilimitada de obrar. Ni acabo de entender la tolerancia institucional y popular ante evidentes abusos de poder. De tal manera que podríamos acuñar este lema: “te doy el poder para que seas mi enemigo”; porque se nos antoja la existencia de esa enemistad entre el poderoso que manda y el otorgante que obedece.
Admito la seducción por el poder, por el conocimiento, por la libertad, por el amor, mas no es admisible en derecho ni humana ni constitucionalmente que el poder sea un referente de desigualdad, altivez, soberbia o arma para vencer a quien fuera el otorgante. Algo debe cambiarse.



RAMÓN LLANES

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