LAS
LUCES DE LA MARISMA.
Constantes
las claras sombras de los juncos, cohetes del agua, dispusieron
criptas y coronas de velas, enredaderas de brazos, anoche para rociar
de rocío ojos lánguidos, ojos inocentes, ojos incrédulos,
devolverles una esperanza, quizá ni una esperanza solo un gesto
aprendiz de esperanza, o quizá ni eso; constantes las reliquias de
oraciones que se perdieron sin temor en campos de arenas, venidas de
otros equinocios al valle de la paz; constantes los rumores de Ella.
En una
credencial de luces de marisma, estampas antiguas, con bueyes sobre
ríos, caballos negros, hermandades. En la misma credencial,
presencias nuevas, avisadas por entes y espíritus buenos,
confabulados con la dinastía del plasma envolvente del Rocío. Han
venido, lo sé, se tornan peinecillos y guitarras, pero sueñan
marismas milagrosas y trotan del cuerpo al aire como jinetes con
alas. Han venido a sentir, qué se siente, a comparecer y meter dedos
y razón en las llagas de la verdad y cayeron, sin remedio.
Anoche
era cielo la marisma. Cielo con ángeles de corto, vírgenes de
mantilla, misericordias de campana, cálices de rebujillo y preces
por fandango. Un cielo sin metáforas, capaz de empujar cuerpos a la
gloria.
Anoche se
quedaron bizcas las convencionales estrellas, brilló una luz
cegadora anunciada por el mismo grito. Y Rocío se hizo a la mar del
pueblo a dejarse mecer.
Otra vez,
si se acobardan las luces en noches de marisma, no será que el cielo
se aleja de la tierra, más bien que se besan. Y otra vez, si como
anoche, los hombres lloran mojando la arena, será que son posibles
los milagros. Y será que el precio del cielo baja hasta las manos de
los más necesitados y será que los afligidos y también los
potentados y los enérgicos y los mediocres podrán concederse las
dichas rocieras y sumarse a los puntos de una salvación de aquí,
tan cercana como el propio agua o la propia tierra.
Albricias
de honor y loa para la constancia de paz, mientras duermen en el
Rocío los últimos potros y los caminos se hormiguean de peregrinos
con la tristeza de la vuelta.
Ramón Llanes
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