CAMINANTE
Dedicado a
quienes son caminantes
a la emoción
de la Peña.
Cuando se
calzaban alpargatas de loneta blanca y los caminos eran tiernamente
abruptos, los niños corrían las calles al sonido de los cascos, los
hombres preparaban caballos y burros, las mujeres hacían de todo. A
la mañana siguiente una voz inaudible para los oídos llamaba en el
espacio a quienes debían conducirse al lugar mágico, al Cerro del
águila, porque de allí manaba, decía mi abuela, un no sé qué de
esperanzas. Mi hermano y yo escuchábamos con atención, no perdíamos
detalle del ajetreo de los mayores y éramos los primeros en levantar
el alma para caminar hasta la Peña, la mañana del domingo. Mi madre
iba descalza, por una promesa que ni mi hermano ni yo, entendíamos
pero aceptábamos; mi padre nos montaba a ratos en un burro aparejado
para la ocasión. Seguro que ni mi hermano ni yo recordamos las
sensaciones que pudimos sentir como caminantes a la gloria de la Peña
pero sí recordamos que para nosotros era una fiesta lo que para mis
padres era devoción.
Con el
tiempo fuimos comprendiendo la misión del caminante, nos adentramos
de lleno en tal misterio, lo hacíamos cada año, lo vivíamos con el
cante alegre, con una mujer de la mano, con una buena pandilla de
amigos y rezando al modo que saben rezar los jóvenes.
El tiempo
quizá no haya cambiado, nosotros sí; ahora hemos llegado todos a
algún sitio, quizá solo a la vida o quizá solo a la conformidad.
Sin embargo seguimos manchados de un tufillo dulce de esperanzas que
ni las canas saben simularlo, es como si formara parte de la mocedad
por razón de aquellas emociones. Y ahora somos, también mi hermano
y yo, caminantes de pensamiento a ese lugar que salvara a mi madre de
tantos desvelos y a mis abuelos de algunas agonías. Hemos crecido
con ese estigma de placer hasta el punto de recordarlo y traerlo a
este lugar con un halo de sentimiento.
Ramón
Llanes. 2012.
para la
revista La Balsita
de la Hdad.
De la Peña
en Huelva.
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