DERECHOS
INNEGOCIABLES
El
precioso verano se ha convertido en una estación de tránsito para
cualquier destino. Algunos llegarán al otoño, otros saltarán
ciclos y serán capaces de acabar de nuevo en otro estío.
Incertidumbres, en definitiva. Así, se me quemaron las manos
buscando en mi cajón de derechos, aquellos que han organizado mi
vida de manera próxima y profunda; vida cierta, sin versatilidades
ni extrañezas; vida con un sobresalto de última hora que me intenta
limar derechos de la máxima madurez.
Ordeno
los derechos, con la jerarquía de su grandeza, les asigno el
etiquetado de importancia y les pronuncio el respeto con todas las
mayúsculas; a nadie es permitido, -ni por evolución, inercia o
mandato- destruir o desbrozar los derechos innegociables que son el
eje central de las causas y el bienestar del ser humano. La vida
exige una ilimitada protección, desde los poderes públicos y desde
la sociedad. La restricción en los medios que sirven para el cuidado
de la vida, -díganse prevenciones, diagnósticos, atenciones
médicas, atenciones quirúrgicas, medicación etc- supone una merma
con respecto al deber de protección debido. El derecho a la vida, a
la seguridad a la vida que cada cual tenemos inscrito, en todos los
términos de despliegue de dispositivos que incidan en su garantía,
en todos los conceptos que sean adecuados para conseguirlo, es un
indeleble deber imposible de eludir en democracia para quienes
ostentan, -por propia voluntad y por sufragio universal- el deber de
su protección.
Es
de entender, desde una mínima conciencia, que el cuidado de la vida
desde su inicio, a todos los ciudadanos, en todos los momentos, tiene
que constituir un principio inalienable para que su dedicación
desprenda objetivos cumplidos de mejora de la calidad de la vida
física de cada individuo que pertenezca a esta comunidad. Sin duda,
más importante que todo lo demás; más importante que invertir en
estructuras para la defensa del estado, en promocionar las
autonomías, en sufragar los gastos para salvar entidades financieras
e incluso muchísimo más importante que hacer equilibrar la prima de
riesgo o las fluctuaciones de los mercados. El derecho a la vida no
entra en estas escalas a los efectos de competir, es el derecho por
excelencia.
Esta
opción ha dejado de entenderse en los últimos tiempos y emanan
desde los poderes públicos actitudes de conspiración contra quienes
ejercen el servicio al cuidado de la vida y contra los elementos
materiales que les son complementarios e imprescindibles para tal
servicio, con sobredosis de deslealtad y vulneración a los
principios constitucionalmente consagrados. No puedo dar a ello mi
consentimiento y elevo a la instancia mayor su mayor respeto y su
inmediata rectificación.
Ramón
Llanes. 18.7.2013. Publicado en huelvabuenasnoticias.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario