DESDE
LAS ARRUGAS AL PLACER
Un
día sin determinar, sin alivio previo ni premeditación, se te
aparecen con la resolución más alta, en la insensata visión del
espejo, las arrugas ganadas con el tiempo. La doble fijación se hace
sudorosa hasta que la alquimia del músculo encargado se desdice y
acude a tu entereza la fisonomía normal después del susto. Ese día
te merodea el desánimo, la edad se te repite como el chocolate y la
idea de enfado no se va de la cabeza. Has vuelto a redescubrir, en un
asalto casual a tu rostro, que las horas van dejando en tí la
indeleble disciplina de la madurez (aún no te atreves a llamarle
“vejez”, por miedo a faltarte al respeto).
Aquel
otro día del estío álgido te inyectas de celeste los pantalones,
maridas el color con camisa nueva de un aparente azul perdido,
-zapatos de mozo y semblante de genio-, y sales al espacio
sintiéndote la burbuja de la juventud en lo más egregio de tu
pudor. Se te ha venido de pronto el placer a la escotilla de tu
altivez y te encuentras delante del examinador espejo más sonriente
que un soldado, vigilando cada jerga del atuendo con guiños de
complacencia al mejor estilo de chulería que la ocasión requiere.
Te has convertido en la referencia perfecta de tus exigencias de la
modelación, eres la persona necesitada para adornar el paisaje, el
prototipo de ser humano que los mundos deberían conservar en una
reserva científica.
Apenas,
-de una consideración a otra-, pasaron tres telediarios. La
fogosidad o inanición del pensamiento te hicieron héroe o villano
ante tí mismo; cuando solo fue el retoque efímero y parcial la
causa del subidón de autoestima, cuando el personaje del espejo
respondía a los mismos datos en las dos ocasiones; el eco turbio, la
fragancia de alegría y los efluvios de ambas apariciones congeniaron
contigo hasta hacerte esclavo o libre de un proyector de imágenes
distorsionadas.
Mientras
tu desahogo gremial en las paredes fijas de tu armisticio elucubraba
enredo o candidez, el espíritu no se transparentaba, permanecía
escondido, ajeno al complejo de enfurecerse o divertirse por la sola
aparición de arrugas o el torpe engreimiento por la vestimenta con
pantalones celestes. De volverte a mirar, volverías a sentir
idénticos abalorios en la emoción.
RAMÓN
LLANES. 4.7.2013. publicado en huelvabuenasnoticias.com
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