A PROPÓSITO DE LA MUERTE
Los últimos días dieron
mucho que hablar sobre la muerte; una mujer y un hombre, -ambos
sometidos a esa debla opresiva del poder-, dejaron la vida y ocuparon
su lugar en la inexistencia como cualquier otro humano. Las mentes
aún vivas del patio han calculado en poco tiempo las bondades y
maldades de esos dos seres mencionados, las tintas desfiguraron el
papel con estridencias y las redes ardieron aprovechando la noticia;
la muerte consintió esa manera de juzgar tan propia de una sociedad
con valores en decadencia. Hablaron mucho de ellos, en exceso,
demasiado, en positivo y en negativo, con rabia y con alegría, con
llanto y con aplauso, parece que todo cabía en las cajas de esos dos
muertos.
El ciudadano veintinueve
millones y pico se dolió cuando la muerte llegó a Pilar, Agustina,
Jacinto, Eladia, José o Manolita, se dolió con todo el recuerdo en
las estrías más puras porque estas fueron muertes anónimas y
humildes de seres inmensamente grandes y no cabían en sus cajas
tantos halagos y ni siquiera se ocurriera a alguien mentar reproche o
desvalor y ni siquiera se produjeran insultos porque los seres hechos
en el calor del hogar limpio ocupan espacios distintos y órbitas
astrales que les protegen de estas ingratas menudencias. Por esos
dioses nuestros nos duele la muerte.
Ramón Llanes.
28.11.2016
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