RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

miércoles, 16 de octubre de 2019

CRÓNICAS DE LA VEGA LARGA

CRÓNICAS DE LA VEGA LARGA

       En la paralela del río, en su bajada del norte, cuando llegara a esteros que parecieran dibujados en el agua, se hacía presente en su izquierda natural la esbeltez de la Vega Larga que hasta la misma entraña céntrica de la ciudad Onuba se asomara, con su recuerdo desbrozado y sus germinados soles en cabestrillo de la dinámica de la cuenca que marcara la consigna de continuar hasta las ubres de la mar, allá donde los dos río –Odiel y Tinto- son un abrazo.
       Luego, que la Vega Larga ha seguido respirando la vida húmeda de su puerto, del olor a marisma y de los condumios de labranza, legumbres y hortalizas, que dieran otro alimento a la marinería en sus vueltas a tierra. De la bulla inquieta de las mañanas de mercado y vocerío de pescas y subastas; de la recogida de quienes se quitaran los sueños en la omnipresencia del tugurio donde se componían amistades entre copas; de aquel carro que frenara, de aquella bocina que llamara a brega y de los “monturios” de sal, al frente, como un avispero blanco, observando con placer y templanza las jugarretas del tiempo.
       Desde antes del otero, desde mucho antes de la margen que cuida la insolencia del río, existe una conspiración egregia y no escrita entre la fuerza de las aguas que bajan y la prestancia de los cabezos que la dejan pasar. Complicidad de gigantes, de médanos, de garcillas, de espátulas, de juncos y jaguarzos que sellan un esplendor de paisaje para embelesar.
       Parecería un rumor durmiente de Vega Larga y sus crisoles, que traerlos sonara a nostalgia y guardarlos fuera olvido pero a nada de ello es llamada la palabra más que a enriquecer el sonido inequívoco de una ciudad que se entretiene en vivir, con estos adorables perejiles.

       RAMÓN LLANES 

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