MAYORES
Desde donde disminuyen las fuerzas, se
oscurecen los horizontes, se detiene la memoria y se liberan los sueños, desde
ese lugar llamado miedo comienzan las incertidumbres del ser humano que la
alcanza, la alta edad, la vejez, la ancianidad, el tiempo del insomnio y de
holgada debilidad. El cuerpo se hace un extraño en cada hueco, las miserias se
alimentan de otras miserias y los caminos siempre son muy largos,
imposiblemente largos.
La sociedad, sin embargo, requiere de
los mayores la misma agilidad, la atención completa; se exigen más cuotas
elevadas de autonomía personal, -para evitar la obligación de un esmero
cotidiano en su cuidado-, que de sabiduría y experiencia. Estas han dejado de
ser patrimonio del pensamiento, nada de esta visión de alcance pasado tiene
vigencia; la sociedad cree que han cambiado las fórmulas, que han evolucionado
en el sentido contrario que proponen los mayores y son consideradas
alternancias caducas, sin valor. La razón determina el equívoco pero el consejo
ya no importa, se hizo al revés, se llegó a otro error de apreciación.
Tal y como intuimos en este estado de
tanta rareza en el bienestar social, los viejos son una carga, una inutilidad,
una especie de desecho que solo sirve para molestar la evolución. ¡Qué insolencia!.
“Quienes no caminan pierden el derecho a tener meta”, podría ser el slogan
falaz de los partidarios del exterminio psíquico de todo elemento considerado
de “chatarra social”.
En estos discursos “sobrenaturales” de
iluminados intelectuales de la ineptitud existe un campo enorme de presumidos
que han conseguido ser chatarra social incluso sin haber alcanzado la edad y se
creen primos de un dios prepotente para permitirse vulnerar los principios
naturales con la misma desfachatez que gastan en necedades el tiempo de los
demás y las consignas de la razón. Y el mundo se ha parado por desconsideración
con el alma.
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