PUEDO EXPLICARLO
Una vez
hecho al oficio de vivir se obtienen recursos para saber explicar las cosas que
se llaman emociones, sobresaltos, ternuras, etc, que ya el propio ajetreo
prepara para ello y cualquiera tiene capacidad como para transmitir con pasión
un jueves de lucimiento con la comitiva figurando en las calles a modo de
exégesis de lo soñado durante tanto tiempo o durante una vida; también para
expresar con cuatro palabras qué valor ingresa en el espíritu al probar el
primer caldo en el patio servido por la cara singular de la mayordoma; se llega
bien a la edad con los esquejes del sentimiento pendientes al mordisco de la
emoción al entender la folía y adorar el fandango como si de efigies íntimas se
trataran; se domina el lenguaje que el cerreño usa para entregar un abrazo o
compartir unas risas en los aledaños de una ermita cuajada de siglos con olor a
turrón y a pestiños.
Me atrevo a
explicar cómo me gusta la albricia que reparte armonía y se va haciendo a cada
paso del cortejo donde las liturgias se convierten en seres humanos sin
límites, a detenerme en el entramado que monta el sol para no perderse ni un
ápice de lo antiguo; sé que me gustan los trajes de jamugueras y las esperanzas
que se curten en los más humildes adentros; sé de la salida, de la llegada, del
potro nuevo, del adiós, de la aldea siempre atenta, de los “lanzaores”;
disfruto con efusión de la estética y me acostumbro de contarlo en las más de
mil tardes que el tiempo me presta para el halago.
Y puedo
explicar que sé de tu laboriosidad, de tu virtuosismo en el rezo y de tu
cumplida misión de no dejar un hilo suelto cuando te sometes a la complicidad
con el Santo y con todas sus efemérides de honor que para ti son el premio
buscado. Nos hemos llegado a saber por la libertad que promocionamos para
continuar queriéndonos, amigo cerreño. No es preciso darle más vueltas.
Ramón Llanes.
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