Ha turbado la tarde una fusta de metralla que rebusca odio de callejas, se esconden tensos los contrabandos y ni respira el miedo ni la agonía ni la última lágrima ni siquiera los civiles carabineando lomas de perdidas esperanzas. Que para ellos la esperanza estaba en el encuentro y para otros en la escondida y sobrando pies de correrías y caballistas enhiestos, los potros sacaban el dolor de las entradas cuando despejaban el viento en la carrera, perdiendo el verde la misión del envite por mordiscos de tierra y rabias de hombres. Delante la maestranza de la madre, el primer querer, la llegada, el beso, la rúbrica del fandango, el dormir austero de la guitarra. Delante,escarchas sin fríos y volteos de apariencias de sol, todo delante de la vida, hasta el futuro. Detrás, los barrancos ahogados por piedras y guaridas, los perros acusando presencias, las mochilas hartas de espaldas, los cansancios de pobres y la rareza del hambre. Han pasado los seres y los milagros son de pago por estos baldíos y las palabras se mueven en las venas con santa cruz y alferecías de mayordomos, con ristras de ardores frescos. Siguen siendo los atardeceres obedientes y salpican de sangre las almenas del castillo, rezan y se van. Ya no muerde el !alto! en las espuelas ni la miseria en los huesos, muerde el tiempo a poco de nacer por acobardarse de valentías. Y siguen las voces fuertes soltando gritos contenidos por el amor y desgarrados de la verdad del cante. Y siguen los vicios de arrear caballos y los vicios del amanecer despierto en estribos y aguardiente. Para el recuerdo fueron los desalivios para la aurora los deseos, para siempre la dulce pasión por la tierra, terrones y solanas de Paymogo.
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