EL ESTADO DE BIENESTAR COMO FACTOR DE RIESGO
La
tendencia social se dibuja en escenarios sorprendentes, hasta que ser honesto,
útil, tener trabajo o disfrutar de un estado de bienestar conseguido a base de
esfuerzos, sea un factor de riesgo para la conciencia; hasta que quien ha
sudado la vida y alcanza una distinguida meta
llegue a sentir vergüenza de su estatus social y económico a la vista de
la cultura incisiva que pone sus tachas porque entiende que puede haberse
construido a través de un abuso del sistema.
Y esto no tenía estas lecturas
tiempo atrás. Casi todo ser humano lleva inscrita en su ADN una dosis de
ambición suficiente como para desarrollarla en el transcurrir de su existencia
y bajo distintos e innumerables métodos de capacidad para estimular esa ambición. Aquello que
estaba sufragado y alimentado desde la facilidad se encontraba con cierto
reproche social. Lo verdaderamente plausible se enmarcaba en la constancia, la
superación personal, la obsesión por el conocimiento, etc. Poco tiempo atrás el
individuo activo, emprendedor y prohombre en su mundo, gozaba de protección, el
estado era garante de su actitud y reforzaba su compromiso como sustrato para
mejorar su sociedad. Poco tiempo atrás esta identidad era un ejemplar
patrimonio.
Pero las reglas del juego se han
cambiado merced a un desmembramiento de los conceptos que fueron los pilares de
la evolución, aquellos dichos del valor del ser humano como individuo y como
parte del engranaje del colectivismo; aquello de saber observar, con altura de
mira, los comportamientos y las acciones ejemplarizantes y su puesta en
disciplina para el aprendizaje en los foros adecuados.
El patrimonio conseguido (fuera
material o espiritual) se convierte en un factor de riesgo porque la exégesis
actual no consiente ni aprueba las distinciones ni las jerarquías, prefiere el
estatus horizontal, clases sin mando, deshumanización del esfuerzo, austeridad
de pensamiento.
Esta determinante fórmula de
sostener un estado a base de liquidaciones, limitaciones, cortapisas, una clara
protección a la exacerbada austeridad y un desprecio absoluto por formas de
progreso a través del aliento a inversiones, cooperación y atención preferente
al valor intrínseco del individuo, ha ocasionado este desorden gremial porque
la ciencia advierte que la consigna de austeridad completa puede ser útil en
sociedades minoritarias, si fuéramos diez, por ejemplo, pero en este planeta
somos siete mil millones y se impone la necesidad material y psíquica de
plantarle cara a la supervivencia con la obligación de la colaboración global y
el consumo en cadena. Desgraciadamente no existe otra magia más experimentada
que esta (no es capitalismo -dicen- es cooperacionismo) para incluso evitar que
cualquiera vuelva a sentir pudor y malestar por el bienestar personal alcanzado
dentro de los cánones de la honestidad.
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