Recuerdos
de ida y vuelta
Al
llegar los días de asueto que la semana nos regala, la mirilla y el
sentimiento ponen rumbo al norte, cincuenta kilómetros al norte por
más señas, allá a los campos solícitos del Andévalo, que siempre
espera. Ha sido así estos días; el viernes el camino de ida, el
domingo, hoy, la misión de la vuelta. El trecho no es largo y el
paisaje ayuda al pensamiento y somete a una conversación muy sabida
y más deseada; hablamos del ferrocarril que vamos dejando a la
izquierda, del río Odiel que cruzamos en Gibraleón, hablamos de San
Bartolomé a medida que se nos acerca, el niño, (nuestro nieto
Daniel de solo tres años) nos pregunta si vamos llegando; luego
Alosno con su historia de fandangos y al poco la Sierra Ensillada,
donde se empina La Divisa y, detrás de las curvas, Tharsis,
enigmático porque siempre tiene algo para darnos y fiel porque nunca
nos abandona. La puerta grande está, de par en par, abierta y el
viernes es fiesta emocional en el alma de nuestra tierra tan sagrada.
Despertar
allí, oyendo llover o viendo las solanas con los primeros
resplandores, es casi orgásmico, casi divino. La sutileza del
paisaje fuerte, rojizo hasta doler, los páramos en un orden de
colores, las contraminas, el silencio perdido, la ensoñación de
pertenecer a este mundo sin etiqueta de caducidad, el aire, que
parece tan esquivo y es tan parco; despertar allí no es oír el
tiempo es oír hasta la luz, hasta las entrañas que las galerías
conservan; se pone tan cerca, allí, la vida, que el recuerdo tira
hacia delante y no hacia atrás.
No
queda ni un segundo libre, sin placer; el mismo compás toca su
tambor de espiritualidades como si fuera el primero en la historia,
las nubes pasan envidiando la profundidad y nosotros rastreamos
piedras que tienen fibras de existencia.
El
domingo se hace más rápido, como si la prisa tuviera prisa; las
aceitunas nuevas, ya majadas y endulzadas, se prueban con la
impaciencia del agrado y la creencia por la mina se acrecienta con el
deseo. Pronto será, otra vez, sueño cumplido. Así pensamos desde
que el retrovisor nos va ocultando las últimas jaras hasta que el
olor de esteros se nos mete en la encima del primer deleite porque
oteamos la Onuba nuestra que también nos amamanta.
Ramón
Llanes.
18.11.2012
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