DOS
MIL TRECE DESEOS
Es
sabido que el exceso de parabienes y la reiteración de los buenos
deseos no mejoran el bienestar ni colaboran siquiera a establecer
unos parámetros más idóneos en la calidad de vida de nosotros los
humanos pero al tratarse de una norma de cortesía y educación, bien
arraigada, se ha extendido su uso hasta el punto de constituir uno de
los centros de atención y costumbre en momentos importantes de
nuestros acontecimientos y razones. Se prodigan en Navidad las
felicitaciones, los deseos de felicidad, el positivismo con la
delicadeza del próximo futuro, las apertura de las esperanzas y todo
cuanto huela a concordia y armonía. Hemos creado una fórmula, quizá
con título de semidios, para creer que podemos ser capaces de
cambiar en algo nuestro más cercano entorno.
Para
no salirme por la tangente, me apunto a este desparpajo y describo un
listín de aprecios que vería con buenos ojos se convirtieran en
realidad. Pero mi referencia a los deseos, sin ser mediocre, no deja
de parecer genérica, abstracta, imposible y vieja; se me hace nudo
en el pensamiento porque caeré en el desaire de volver a desear lo
del año anterior y lo del otro y aquello que deseé diez años
atrás, caeré en la burda posición de haberme quedado inmovilista,
incluso de pensar que mis viejos deseos, al ser los mismos, están
caducos. Porque si pido paz estaré repitiendo mi deseo del ochenta y
dos; porque si digo libertad creerán que me refiero al sesenta y
ocho y los más reaccionarios me tildarán de repetitivo al
sobreentender que la libertad ya la tenemos; si deseo felicidad en
tono mayor, para todos, habré vuelto a las cavernas; si me refiero a
los deseos de trabajo, vivienda, familia, discriminación, justicia,
etc, me tacharán de loco; y si se me ocurre reivindicar a modo de
deseo un cambio general, de cabo a rabo, de esta cómica sociedad, no
me oirán y seré desde ahora mismo causa de más olvido.
He
cerrado mi listín de memorias afables para traerte este final de año
cumplido sin glorias y he abierto mi rabia, otra vez, para desear,
para los dos, para tí y para mí, dos mil trece deseos fuertes para
tener la enorme capacidad de obrar hasta conseguir que no sean los
ajenos a mi vida (aquí se pueden poner todos los nombres de
banqueros, políticos y otros elementos de mal vivir) quienes
influyan en mis niveles de felicidad porque, definitivamente, ese
espacio esté reservado a los seres que amo y me aman. Y así hasta
dos mil trece veces, dos mil trece.
Ramón
Llanes. 31.12.2012.
Publicado
el 31.12.2102 en Digital Extremadura.
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