EL
HOMBRE DE ALMOHARÍN
A
medio tiempo entre conversación y sosiego, me cuenta Bartolomé su
andanza vieja y me hace entrar en sus recuerdos; llegó a otro lugar
que no era el suyo cuando apenas los años le apretaban las piernas y
los horizontes se le hacían largos como la esperanza; llegó a poner
su música en otra parte, a contar atardeceres desde la arena, a
volcarse en un paisaje nuevo y febril. Y se puso pinturero hasta
enamorarse y en este lar cálido cumplió sus hazañas, calculó su
descendencia por cuatro veces y forjó anhelos para los suyos.
Bartolomé
nació en Almoharín y muchos son los días en que le aparece su
nacencia extremeña; me habla con su acento, aún intacto, su modal
sereno, su humor de secano, su estampa de elegancia, su risa, su
indiferencia por casi nada. Pregunto si ha llegado, cursando mi broma
del aperitivo, y me recibe burlón y tierno. Y, juntos, le ponemos
cada día mística de manzanilla a la vida.
Desea
Bartolomé mucho más que cumplir años, tiene un ideario de cercanía
que le implica inventar pensamiento itinerante para seguir buscando y
encontrando a todos los suyos; a quienes se quedaron, a quienes se
fueron, a quienes aún conservan la nobleza de su cruz de estirpe en
el anagrama de su identidad. Indaga y realza su esfuerzo hasta unir
lo perdido y empalmar sus sueños completos aquí al lado de este mar
ya suyo, sin consentir siquiera un minuto de olvido de su pueblo, a
sus higuerales y a sus frutos.
Bartolomé
Cruz tiene estímulos de entusiasmos y constante alma para todos sus
empeños y sigue espulgando en su hemiciclo del tiempo empeñado en
encontrar las huellas de los suyos, quizá para fundirles con
abrazos.
Ramón
Llanes. 10.1.2012 Publicado en digitalextremadura 14.1.2013.
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