Se abrieron los cielos
como una espuerta grande y dejaron caer las copiosas ensenadas de
agua que guardaran sus nubes en paño de oro; los campos empezaron a
oler a tierra mojada, las jaras emprestaron su magia a los eriales
sabios de la solana, el tiempo se puso lánguido y las personas se
encerraron en la calidez de la casa hasta que pasara la sonoridad del
trueno y dejara la tormenta los signos nuevos de su reflexión
cíclica.
Vimos el agua en la
piedras y en las ramas quedas de los árboles, las correntías
dominaron el prepucio del arado; empezaba a tener vigencia el otoño
con la exuberancia de líquenes y la mudanza del calor de los riscos
que había esperado mojarse en una obsesión de placer; es el otoño,
el impulso más genuino del otoño, las más soberana procesión de
enseres del otoño. El agua en su comodidad de reventarse en los
aires y acariciar los palmos secos de la tierra en un amoroso
encuentro. Mirábamos llover y cantábamos al llover como inquietos
niños que observan por vez primera una tarde tibia. Al resguardo de
la paz, en un cesto de hogares de aperos de seres, los llantos de
afuera se hicieron ritos en la sucursal del adentro. El otoño había
aparecido en plenitud.
Vendrán las aves a los
charcos, a beberse los reflejos, a trincharse de risas, a olisquear
el agua y a zambullirse con sentido. Los cauces altos, los ríos
corriendo, la sed apagada, las tierras empapadas; un silencio de
perlitas en los majuelos, una lombriz en la tana, la vida en su
sitio. Y luego la prosa a ponerle metáforas a las trochas y a los
terrones en un ritual de emociones que se someten a ser tiernamente
capturadas en este leve ágora del tiempo que es un solsticio
agnóstico al paraíso perdido. Hoy venderemos con la palabra toda la
fragancia que dejara en el alma de la tierra, la deseada lluvia.
Ramón Llanes.
13.10.2014.
Huelvabuenasnoticias.com
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