DE MADERA
Al tacto, la madera
posee la sublimidad que a otros elementos falta, tiene además cierto
rasgo de seducción, es preciosa a la vista, atesora nudos que son
edades o tiempos y cada vuelta es un parto. Crear la efigie desde la
madera, moldear el tallo y pisarle los dedos como un recién llegado
pisa la arena, acudirle gubia, transparencia de ternura, un gozo
descifrado muchos árboles atrás, muchos o tantos como una historia
en semen de sensaciones.
De madera el tonel
que empresta solaz al sarmiento, de madera estatua de estirpe
presidiendo la simbología en el paso del hombre. De madera se hacen
las finuras y las fortalezas y las manos se convierten en caricias
acariciadas cuando vierten mundo al respeto del tronco y se conjugan
en simpatía y sacrilegio, en esa adoración mutua; después o al
tiempo, la mirada, la creación completa en una tabla vieja que antes
fortaleciera la techumbre de la alcoba. Allí está todo, nada falta
al esculpidor que le busca sin apariencia de espeleólogo una tira de
felicidad, un momento de heroicidad a la astilla y la secciona de
parte a parte aprovechando el hilo con precisión de relojero. Madera
en badajo, en aldaba, en cornucopia, en vino, en sorbo de aire
próximo al serrín y madera en el fuego, último intento al agrado y
penúltima utilidad. Se queda en la vida del tiempo indeleble y
cálida.
Ramón Llanes
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