ANÓNIMO, A SU PESAR.
Es de esos chiquillos andariegos y voluminosos que andan la calle
a todas horas, cuando apenas se le ve, más se le nota, ataca hecho
al tesón de morderse la vida para no perderla y consta que por poco
en cada momento aniquila algo de ella. Quien le conoce sabe odiarle,
se seduce a si mismo odiando, presume de ser odiado, roba un cuento
en la esquina y cuenta un robo en la sombra de la farola. Aún no es
hombre y ya ha dejado de temblar al sonido de las sirenas que le
persiguen; aún no tiene edad para enloquecer, aún no ha gastado
tiempo en sostenerse a base de compañía amorosa; es de esos
chiquillos vivos que ha creado la calle para si mismo, para su
equilibrio, para su vicio.
A todas las horas le han visto antes de un escaparate roto, de un
asalto a la tienda de ropa, de un tirón; siempre aparece en el antes
del chillido de la calle, luego se pierde en un silencio de golfería
incapaz de devolverle pudor o arrepentimiento o dolor. Padecerá lo
suyo sin que el margen de la acera lo sepa, sin que se acomode a ser
víctima. Es su propio rey, el matón de las soledades, que llega de
nosotros y nos destroza el prurito de bienestar que enseñamos. Él
se aprovecha de nuestra educación y civismo; nos traza la línea con
una mirada de macarra y solo nos pide dejar de ser anónimo para
empezar a adorarle.
Ramón Llanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario