DEPORTACIÓN
Después de una noche gris y
agonizante,
con nubes que parecían clamar
al cielo
al pasar por delante de la luna,
el mar se desperezaba
con los primeros rayos de sol,
empujándoles hacia la tierra
prometida.
Llegaron exhaustos, pero llenos
de esperanza,
deseosos de recibir en la misma
orilla
un bautismo de alegría.
Todavía guardaban en sus
retinas
la bruma mezclada con las olas
ceñidas a sus cuerpos,
cuando sintieron que sus almas
desnudas
se vestían de escarcha.
Sin poder asomarse siquiera a su
nuevo mundo
se les cerraron los postigos
y no pudieron extender sus
miradas más allá
del vigilante de la playa y de
las espumosas olas
que les invitaban a volver con
las manos vacías
y la tristeza enredada en las
pestañas.
Sus sueños se hicieron añicos
cuando sus escépticas miradas
observaron la realidad del
paisaje.
Fueron apresados, teniendo que
volver
al hambre y al sufrimiento.
¿Qué sienten cuando después
de exponer sus vidas
son arrojados a su país, de
donde salieron
buscando paz, libertad y vida?
No quiero acceder a sus
adentros,
perdería la paz que tanto me ha
costado.
Sí, pensaréis que soy egoísta,
pero ¿qué puedo hacer yo si no
es sentirlo?
...eso no es solución a sus
problemas.
Pidamos que atesoren la paz
a los que la tienen en sus
manos.
No remendemos sonrisas,
vistamos la paz de traje nuevo.
29/7/16
Inés Mª Díaz Rengel
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