EL
HIJO DEL SASTRE
por la plataforma de POETAS DE HUELVA POR LA PAZ.
Cuando
se disipó el humo de la última bomba que se tirara sobre este
mundo, pude ver la ciudad levantándose y a sus gentes asomando las
cabezas. Primero con miedo, después con perplejidad; por último con
alegría. Todo indicaba que, por fin, había llegado la paz. Y lo
había hecho de manera rotunda y definitiva.
Hombres
y mujeres comprendieron que el camino bélico fue el equivocado, que
la confrontación, en cualquiera de sus variables, no había sido
solución, sino obstáculo mayor y decidieron, por siempre, que la
concordia y el diálogo imperaran en sus vidas.
Vi
niños a los que las cicatrices les sanaban, a los que les
desaparecían máculas de sangre. Vi niños olvidando el hambre y el
miedo. Vi mujeres a las que se les desvanecían moratones y llagas
causadas por la insana afrenta de sus maridos. Vi a estos sanarlas
con caricias y palabras de amor sincero. Vi ancianos, aún con olor a
duelo, ayudar a antiguos enemigos para así honrar la memoria de sus
hijos perdidos en los frentes.
En
ese momento recordé a mis padres, a todos mis ancestros, a mi mujer,
a mis hijos, a mis amigos más sinceros, a mis hermanos los poetas y
brindé mentalmente con todos ellos.
Por
último, vi, en lo alto de un otero formado por cascotes cual
escoriales de mina en el que empezaban a amanecer flores, a un hombre
bueno. Estaba rodeado de gatos blancos, de niños sonrientes de todas
las razas y de desarmados soldaditos de plomo. Era el hijo del
sastre, que, siguiendo las enseñanzas de su padre, había hilvanado
certeramente los hilos para que se lograra el deseado objetivo. Me
acerqué a él, lo reconocí, me senté a su lado poniendo mi mano
sobre su hombro y le dije:
- Lo conseguiste, hermano Ramón.
- Lo conseguimos – respondió él.
Nos
miramos con evidente gesto de complicidad y asentimos sonriendo.
- ¡Hermano Alfonso, hermano Alfonso, hermano Alfonso!
Esas
palabras sonaban cada vez más altas y cercanas, hasta que hicieron
que abriera los ojos.
- Hermano Alfonso, despierta y cálzate los poemas, que aún tenemos camino que recorrer.
Me
levanté, me calcé los poemas y, agradeciéndole a la vida que me
hubiera unido a él, lo seguí sabiendo que ese nuestro camino, algún
día, nos llevaría hasta un otero formado por cascotes cual
escoriales de mina en el que empezarían a amanecer las flores.
Alfonso
Pedro.
Huelva 17 abril 2017
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