HACE TANTO
TIEMPO.
Por la
perfecta devoción a
la Virgen
de la Peña y a Piedras Albas
de Puebla
de Guzmán, Villanueva de los Castillejos
y El
Almendro.
Los
chiquillos habían cerrado la puerta grande del cobertizo, se perdió
con la lluvia parte del grano, el heno olía a tiempo. Los dos
ancianos permanecieron mirando la lejanía como si quisieran quitarle
distancia. No es verano, aún no es el verano; llamaron los perros
avisando que la noche se hacía en la dehesa mientras comían los
ancianos la última fruta del árbol de sus vidas. Nadie volvió a
aparecer.
El
crepúsculo presenció cómo una cinta de lágrimas se amontonaba en
el estiércol haciendo que la fétida luz fuera milagro de labriego.
Las pajas estaban húmedas de llorar, el aluvión de pandemias
primaverales convertía la luz en una estampa constante.
Nadie
recuerda cuando empezó todo aquello pero ya hace siglos porque ni
los más ancianos de las tierras más ancianas saben del hallazgo. Sí
dijeron que sus padres contaron historias de vírgenes, dos vírgenes
para ser más exactos, que un pastor del entorno predicó con
creencia de ellas, llamándolas con el nombre de las piedras que eran
las cosas más cercanas que tenían por aquel entonces los pastores.
Se instauró la inspiración y el culto lo diseñaron los hombres de
las alquerías a base de saber pedir y sentirse complacidos en las
peticiones.
Ahora nadie
se acuerda de los ancianos que contemplaban la tarde, nadie mantuvo
la noticia del cobertizo y nadie escribió sobre los chiquillos. Es
sin embargo cierto que todas las luces vinieron juntas al lugar que
cualquier dios errante dispusiera como elegido para dones de
naturaleza tan poco humana que se nos escapa del entendimiento. Pero
pasaron los siglos tan aprisa que aún tendrán ojos los cabezos,
corrientes los barrancos y silencios el aire. El mismísimo pastor de
aquel antaño tendrá aún en su memoria el encuentro de sus vírgenes
aunque nadie supiera contar que fuese aquello lo más notorio que
sucediera al pastor de las piedras.
Ramón
Llanes
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