CUENTO
PARA ROBERTO.
Los
niños en la escuela, una mañana quieta de sobresaltos, siempre hay
un momento alegre. Es hora de recreo y vienen los toboganes a pedir
auxilio. Roberto sube a su columpio de estrellas, dice que arriba
están los gatos con hambre y quiere llevarles algo para sus bocas,
se cansa a la media legua y llama a los abuelos, tiene la mañana un
eco sencillo de querer animar la última clase. ¡Si no alcanzan aún
los tres años!, los niños están en todas las partes del patio,
esperan los padres las simuladas notas en la materia de la dulce
ingenuidad.
Dice
“coteito” para pedir chocolate, “abela” para llamar a quien
le cuida o “cocolilo” para distinguir a su preferido animal.
Roberto juega sin soportar una parada, sube y baja de tramo a tramo
las escalerillas de colores, pisa los cantos rodados del jardín y
envuelve su osadía en un remojón de tierra hasta los zapatos.
Roberto
parece sabio cuando habla y de juguete cuando mira, se te acerca con
la intimidad en las manos y te pide que lo acompañes a su mundo sin
horizontes y entonces te deja con una pregunta que nunca un abuelo
sabe responder, siempre “porqué” de sus cosas y de las nuestras.
Me dirá que el “nune” vendrá conmigo al campo a coger
“satamonte” y yo le estaré esperando desde ahora para no
perderme de él ni la primera sonrisa ni la última rabieta.
Allá
en su “tasi” correteará de memoria las sombras de la casa, su
bosque, los lugares donde cuelgan las gomas de “legá” las
“foles”, se montará en su preferido “calo”, llevará con
empuje la moto (que es el cortacésped), luego su “pichina” donde
echa al agua todos los juguetes de plástico y se disfruta con toda
su inmensidad y aparenta nadar mientras se embulle entre sus propias
y tiernas carcajadas.
No
tiene fin su inquietud, ni se cansa, ni desespera hasta descubrir
todos los secretos que guardan las cosas para los niños de su edad.
Se empina para mirar las alturas, se tiende a lo largo para observar
las hormigas, se sube sin miedo a donde le apetece y se esconde del
abuelo en su bosque de hojas. Mi niño Roberto es la ilusión.
Cuando
viene a verme, siempre, siempre me trae una sonrisa de felicidad como
si viniera al paraíso, se echa a mis brazos y me besa, ¡con tanta
ternura, con tanta emoción! que hasta las lágrimas de la alegría
perviven salientes como gotas de gloria en mi entusiasmo. Es cuando
nos perdemos solos por las laderas de los sueños, observamos juntos
el vuelo bajo de los pajarillos, nos cogemos de la mano y andamos la
tierra, el abuelo como si la adorara, el niño como si la descubriera
por primera vez. Y jugamos a todo con la intención de gozarnos y
acabamos siendo felices sin darnos cuenta.
A
la vuelta, el abuelo acusa el cansancio y le pide un minuto de calma.
–Ven “abelo”, ven, vamos a montarnos en el columpio (ya sabe
decirlo).- Espera un poco que abuelo está cansado. –Pero yo no
–responde sin dejar de correr hacia los columpios-.
Así
se va consumiendo la mañana de su “tasi”, hasta que recolecta
piedras pequeñas que embulle con fuerza en la cubeta negra llena de
agua que ha descubierto al lado del garaje. Y se ríe cada vez que la
piedra le salpica la cara y sigue buscando para seguir tirando, para
seguir riendo al sonido que la piedra hace al caer, para seguir
poniendo sonrisa pícara cuando, otra vez, salta el agua hasta su
cuerpo y le moja la felicidad.
La
tarde se completa, en días de primavera o verano, con la misma
conspiración entre niño y abuelo y, cuando acaba, se inventa un
enfado sin mucho convencimiento y la madre lo sienta en su sillón
del coche entre lloriqueos desanimados que solo llegan a la primea
curva. El abuelo no expresa el llanto, se lo guarda.
El
abuelo no tiene dioses más cercanos a quienes adorar, su dios aún
no cumplió los tres años y es tan infinito como aquel que se supone
fabricó un firmamento con una palabra. Este dios Roberto, a quien el
abuelo adora, con una sola palabra, a veces mal dicha, ha creado
todos los universos posibles para los ojos del abuelo. Y más que
universos, sus palabras llevan bálsamos que curan nostalgias,
melancolías y desencantos. Palabras que le traen al abuelo universos
de felicidad.
Gracias
del abuelo al niño Roberto por hacerle la vida juguetona, cariñosa
y limpia.
R.Llanes.
29-6-07. Tharsis.
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