RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 1 de junio de 2017

CUENTO PARA ROBERTO

 
CUENTO PARA ROBERTO.


Los niños en la escuela, una mañana quieta de sobresaltos, siempre hay un momento alegre. Es hora de recreo y vienen los toboganes a pedir auxilio. Roberto sube a su columpio de estrellas, dice que arriba están los gatos con hambre y quiere llevarles algo para sus bocas, se cansa a la media legua y llama a los abuelos, tiene la mañana un eco sencillo de querer animar la última clase. ¡Si no alcanzan aún los tres años!, los niños están en todas las partes del patio, esperan los padres las simuladas notas en la materia de la dulce ingenuidad.

Dice “coteito” para pedir chocolate, “abela” para llamar a quien le cuida o “cocolilo” para distinguir a su preferido animal. Roberto juega sin soportar una parada, sube y baja de tramo a tramo las escalerillas de colores, pisa los cantos rodados del jardín y envuelve su osadía en un remojón de tierra hasta los zapatos.

Roberto parece sabio cuando habla y de juguete cuando mira, se te acerca con la intimidad en las manos y te pide que lo acompañes a su mundo sin horizontes y entonces te deja con una pregunta que nunca un abuelo sabe responder, siempre “porqué” de sus cosas y de las nuestras. Me dirá que el “nune” vendrá conmigo al campo a coger “satamonte” y yo le estaré esperando desde ahora para no perderme de él ni la primera sonrisa ni la última rabieta.

Allá en su “tasi” correteará de memoria las sombras de la casa, su bosque, los lugares donde cuelgan las gomas de “legá” las “foles”, se montará en su preferido “calo”, llevará con empuje la moto (que es el cortacésped), luego su “pichina” donde echa al agua todos los juguetes de plástico y se disfruta con toda su inmensidad y aparenta nadar mientras se embulle entre sus propias y tiernas carcajadas.

No tiene fin su inquietud, ni se cansa, ni desespera hasta descubrir todos los secretos que guardan las cosas para los niños de su edad. Se empina para mirar las alturas, se tiende a lo largo para observar las hormigas, se sube sin miedo a donde le apetece y se esconde del abuelo en su bosque de hojas. Mi niño Roberto es la ilusión.

Cuando viene a verme, siempre, siempre me trae una sonrisa de felicidad como si viniera al paraíso, se echa a mis brazos y me besa, ¡con tanta ternura, con tanta emoción! que hasta las lágrimas de la alegría perviven salientes como gotas de gloria en mi entusiasmo. Es cuando nos perdemos solos por las laderas de los sueños, observamos juntos el vuelo bajo de los pajarillos, nos cogemos de la mano y andamos la tierra, el abuelo como si la adorara, el niño como si la descubriera por primera vez. Y jugamos a todo con la intención de gozarnos y acabamos siendo felices sin darnos cuenta.

A la vuelta, el abuelo acusa el cansancio y le pide un minuto de calma. –Ven “abelo”, ven, vamos a montarnos en el columpio (ya sabe decirlo).- Espera un poco que abuelo está cansado. –Pero yo no –responde sin dejar de correr hacia los columpios-.

Así se va consumiendo la mañana de su “tasi”, hasta que recolecta piedras pequeñas que embulle con fuerza en la cubeta negra llena de agua que ha descubierto al lado del garaje. Y se ríe cada vez que la piedra le salpica la cara y sigue buscando para seguir tirando, para seguir riendo al sonido que la piedra hace al caer, para seguir poniendo sonrisa pícara cuando, otra vez, salta el agua hasta su cuerpo y le moja la felicidad.

La tarde se completa, en días de primavera o verano, con la misma conspiración entre niño y abuelo y, cuando acaba, se inventa un enfado sin mucho convencimiento y la madre lo sienta en su sillón del coche entre lloriqueos desanimados que solo llegan a la primea curva. El abuelo no expresa el llanto, se lo guarda.

El abuelo no tiene dioses más cercanos a quienes adorar, su dios aún no cumplió los tres años y es tan infinito como aquel que se supone fabricó un firmamento con una palabra. Este dios Roberto, a quien el abuelo adora, con una sola palabra, a veces mal dicha, ha creado todos los universos posibles para los ojos del abuelo. Y más que universos, sus palabras llevan bálsamos que curan nostalgias, melancolías y desencantos. Palabras que le traen al abuelo universos de felicidad.

Gracias del abuelo al niño Roberto por hacerle la vida juguetona, cariñosa y limpia.

R.Llanes. 29-6-07. Tharsis.

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