MADRES
Las madres oyeron la
tormenta del martes por la noche.
Aún quedaban cosas
por hacer.
Las madres siempre
llegan antes de la tormenta,
antes del viento,
antes de quemarse la camisa,
antes de desesperar;
las madres no tienen
dote de cansancio
ni calma de
aburrimiento;
son la premura, son
como las avispillas
que danzan; y la vida
la hacen ellas,
ordenan los astros,
mandan en el tiempo.
Las madres acusan
todos los dolores
de todos los hijos y
los amielan,
endulzan el amargor y
se guardan el padecer como lo hacen las estrellas.
Los minutos se
convierten en largas escenas de menesteres,
que de aquí sacan la
tercera parte,
de allá le ganan
sitio al reloj,
el algo que basta, el
suspiro que alivia,
la mirada que sana, la
caricia que se hace bálsamo,
el beso que prende
ternura.
Las madres son de
madera noble y tierna a la vez.
Al momento de llegar,
la suerte entra en casa;
empedernidos
prestatarios de los sueños,
todos son de ellas,
nosotros
interpretamos, dormimos,
pero ellas los
prescriben, los inventan,
los llevan a la
realidad.
En el sigilo de la
melancolía,
con nota de suspenso
en el examen de latín,
alguien lloró su
lágrima a la almohada
hasta que una madre le
mezcló las suyas
y juntos aprobaron la
asignatura de amarse.
Esto no alcanza la
categoría de manifiesto,
solo es un brindis por
la madre.
Ramón Llanes.
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