El hombre de las letras
Ahora que se ha puesto García Márquez a escribir sobre él mismo y
sobre su pasión, ha comenzado a llover sentimiento sobre el barro de su
moldeada soberanía de escribidor de historias; se ha puesto sencillamente a llover como si abril fuera pecado, como si en verdad el Gabo de
los sueños párvulos se hubiera de dar vueltas imprecisas por el purgatorio para cumplir la premonición de Millás.
Se pregunta el mundo si pudo ser un iluminado de la narrativa este
colombiano que sorprendiera a quienes le otorgaran el mayor de los premios; nos preguntamos a quién ha de corresponder el don de esta exce-
lencia. No ha lugar a torpedear con comparaciones la noble tarea de
escribir, que todo cuanto luzca en el papel lucirá en el entendimiento. Su
revolución ha sido escribir bien, ha dejado dicho. Y Gabo se ha hundi-
do en la glosa de la tierra con un bagaje de dignidad propio de quienes
han luchado con una consigna de vida acorde con la misión que su conciencia le encomendara.
No basta inculcar razones de encumbramiento por aparecer como el
mejor de su tiempo, no es egregio el término, no lo hubiera querido
Gabo; es un hombre de letras, de todas las letras, de todo el hombre, con
toda la capacidad de ser humano a quien distinguiremos, leyéndolo,
comprendiéndolo, hasta siempre. Aunque nos reservaremos los acentos
y las comas para adornar nuestras palabras en contra de la voluntad suya
y aunque le seamos infieles en esta artesanía de imitarle.
20 Abril 2014
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE)
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