Dependientes
La venganza está servida en mantel de riqueza, con el fondo siempre
romántico de ciudades lindas y con las pulsaciones de los seres a flor de
la piel más hermosa; la dulce fragancia de los perfumes insaciables y el
culto de excelencia por la belleza justifican la maravillosa docilidad al
hedonismo más efervescente, mientras el miedo persigue la conformidad y no se mitiga el deber de la venganza. La guerra empieza a formar
parte de la verdad y ya no son efímeros los bombardeos ni limitados los
conflictos; aquí, los demás, confirman la dependencia a estos episodios
donde cualquiera es vulnerable y cualquiera puede perecer sin apenas
denunciarlo.
La parte de nadie que pronostica el dolor, los dependientes del
miedo, todos los deshabituados a las consecuencias de la contienda, que
son tantos como casi el infinito, que son los obreros de la paz cotidiana,
quienes la hacen posible en muchos sitios y quienes la custodian, todos
los utópicos que la han cuidado en la insignificancia de una riña suelta
y que no tuvieron acceso a los mercados de armas ni a las fábricas de
destrucción activa, todos aquellos de las clases de ética en el pupitre de
madera, de la lectura del Quijote en mañanas de frío sin calefacción,
todos los inútiles que se durmieron soñando con un mundo mejor o al
menos mejorable y que ahora se tiran de los pelos porque se irán en
poco tiempo sin haberlo conseguido. Esto no se parece a lo soñado.
Para qué tanto empeño y tanto disloque de revoluciones pacíficas y de
manifestaciones en favor de la armonía y de la solución de las cosas, para
qué todos los movimientos de lealtad y amor por esos mundos, viviendo
debajo de estrellas y pensando en alcanzarlas o para qué la universidad,
las lecciones de Filosofía, el estudio de los clásicos, el latín, el griego,
Góngora, Lorca; para qué la guitarra al hombro distribuyendo canciones
sentimentales por las noches de amistad. Todo, para acabar siendo un
dependiente más de la vulgaridad del miedo y de la fatalidad de la guerra; de nada sirvió el espíritu, de nada el trabajo realizado con las pestañas
sonrientes, ahora todo se resuelve desde la hipócrita destrucción de los
seres con bombas en la conciencia. Otra vez nos equivocamos.
Ramón Llanes. EL CAJÓN DEL SASTRE
16 Noviembre 2015
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