Gente linda
A un aventurero que recorrió el mundo de manera casi precaria le preguntaron
qué paisaje le sorprendió más y cuál fue la mayor de las emociones sentidas. Las gentes
son lo mejor del mundo –dijo–. Y luego añadió las ayudas recibidas, las sensaciones
compartidas, las sonrisas de los menos favorecidos. No encontró caníbales, gentes de
mal, perniciosos, malvados, miserables; encontró amabilidad, humanidad, afecto.
El mundo del aventurero es más extenso y amplio, nosotros discurrimos en un
entorno pequeño y conocido, las personas que nos cruzamos pertenecen a nuestro
magma de vida, somos los mismos seres con distintas casas pero ¡cuánta gente linda
tiene nuestro pequeño mundo!, ¡cuánta mujer entregada, cuánto hombre incansable,
cuánto niño alegre!. Bien pensado y bien valorado, el ser humano de nuestra cercanía es
el más excelente patrimonio del que podemos gozar. El don preciado que complementa
nuestra dignidad; ¡qué hacer sin él!.
Los pueblos están repletos de complicidades, siempre existe alguien para consolar
un desencanto, otro alguien para comprender un dolor, otro alguien para un aliento.
La conciencia de estos seres imprescindibles no tiene parámetros ni niveles de exactitud,
actúa con el impulso de los sentimientos y acude a una llamada no escrita de la ética.
La gente linda mantiene el paisaje y consolida el amor.
La parte más íntima de nuestra individualidad se alimenta –puede parecer–
de autoestímulos personales pero siempre precisa de un empuje común que solo
la colectividad aporta. Y la predisposición del ser como único y como colectivo es
su simiente para diseñar, consolidar y restaurar todo lo que concierne al universo de las
emociones y cumple a la perfección su función solidaria y reparadora. Gente linda.
Ramón Llanes.
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