DE GALLIGATOS Y GALLINOSOS
Al postrer concluso renglón de retórica parlamentaria, llámese de
cualquier manera fungible tal culebrín de anecdotarios, vanaglórianse los
diarios en calificar como ejercicio de batalla incruenta, por usar jerga que
más impacte, al pregón de señorías que en pedagógicos tributos olvidaron hacer
de la parla el deber de la razón o en todo caso del convencimiento e hicieron
muecas y guiños a partidarios de pepes cacofónicos que oían tras la galería de
la sorna, la mofa y la burla desde el lugar que debió ser, como siempre fuera,
de la alianza, del culto a la palabra y del entendimiento.
Fuere entender desde la óptica de la tribuna- que no desde aquí- que la
preeminencia de galligatos oradores opulentos en vociferar y astutos en exponer,
enfrentaban discurso- que no razones- a gallinosos que escondían timidez y cobardía tras los
bancos del hemiciclo y así ascendiere en elocuencia el tono que, previamente
teñido en rojo dogmático, cursaba al estado como lección magistral el
representante de nadie que hablara por sí y para sus tripas en un gorjeo de
insolencia hasta ofender a su adversario a quien creyó gallinoso y pusilánime,
hasta el punto de pedir ahora penitencia por haber pecado de duro; de
incoherentemente duro, que dirán quienes oyeron la voz medrosa, caduca,
retrógrada, cínica y abusiva de un aprendiz de hombre con media barba y medias
gafas sujetadas en su propia desverguenza.
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