EL HOMBRE DE LA CALLE
La
ciudad tiene su frialdad y su calentura, como nosotros, como la marisma; la
ciudad se esconde o nace desde el mucho o desde la nada. En un instante surge
el hombre cotidiano por el lateral derecho de la iglesia que preside la calle,
se santigua y escupe al mismo tiempo que cruza el pórtico.
Nadie
prestó atención, el mundo entero pasaba
por allí un día cualquiera, nadie observó que el hombre -ajeno a mis ojos- se
santiguó mirando fijamente la puerta y escupió de inmediato dejándome con la
incógnita de saberle interpretar los gestos.
No
hemos vuelto a verle, quizá ya no viva en la ciudad que escupió y quizá no sepa
que ahora he decidido contar su actitud sin atreverme a calificarla. Si usted
se lo encuentra pregúntele la razón de santiguarse y de camino que le cuente
por qué escupió en ese lugar, en ese preciso momento y en esa determinada
ciudad; otro día hablamos.
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