POEMA DE ABRIL. En
tardes de acequias, al agua huele la
parsimonia, pasan potros enloquecidos, juega
el pueblo al interiorismo, a
tenerse más en su cuidado. Era
no más que abril, amigo; una
tronada mansa asusta sin remilgos los
sitios de los corderos y
acalma a la yegua que va de luto pardo, entre
perejiles y avutardas el mesto arranca
quejíos de lechuzas. En
el otro lado de la tarde los
zánganos pierden vuelo de flores, la
mar se oye con el viento, los
riscos preguntan comidillas y
relampaguea el ermitaño una oración sin
término. No
son dos tardes, amigo, solo
la primera avanza, la
segunda es invitada eterna de la Puebla. En
serpas de cristal se adoquinan serones
a la usanza, se rumian cuentos los
caballos, se bostezan los hombres cosas
de sociedad; y es tarde, amigo, no
se persiguen duelas de nocturno ni
se tiene vocación de sereno. Era
también abril en los libros, en
los almanaques amarillentos y
en las cuadras; y
abril en los mesones y calvarios, en
las ropas del viejo, en
los arrastres de las miserias, que
vienen y se quedan. Para
no variar, huele a molde de rosa aceitado
y gris y
hasta la última calleja manda
beatas a la misa, para
rezar por todos y por lo que se tiene. Afuera
se nota el humo y
ningún azorín remueve prosas que
sorteen súplicas de Peña. Buena
es la pendonía y bueno el gozo, para
quien se entierre en promesas mientras
el año le da mulos y parabienes; luego,
cansancio bendito y repeluzcos. Para
después se guardan las razones y
los versos con herraduras de
camino a trocha y
de trocha a vereda. Era
abril, amigo, no
cabían todos los ciclos en
un poema. Ramón Llanes
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